Continúa…
El evento de la muerte de Federico C. y mi presencia en el Centro Médico para ver qué podía hacer por él un par de horas antes de que falleciera (esto sin saberlo de antemano, claro), el haberlo ayudado a partir después de tanto sufrimiento que su cuerpo había soportado con más de seis meses en terapia intensiva, fue una señal definitiva de mi capacidad y me hizo reflexionar profundamente – recientemente cumplió 4 años de haber volado fuera de este mundo. Tuvo que ser Paty su querida esposa, compañera suya de casi toda la vida quien me solicitó que fuese a verlo. Ellos habían sido pareja desde la secundaria a donde los tres asistimos y aunque ellos ya vivían separados, con el tiempo que tenemos de conocernos, no tuve pretexto alguno para no asistir.
Recordé en este momento el procedimiento que debe un visitante seguir para el acceso a la zona de terapia intensiva, urgencias, zona de desastre, la vibración de la gente la sentí obscura, llena de amargura y tristeza, indeseable sensación de impotencia y todo cubierto de material desechable de cabeza a los pies. Solo así podíamos entrar a ver a los enfermos.
Me mantuve muy alerta durante toda la consulta, me sorprendí de lo que mis palabras pueden provocar bajo tales circunstancias. Nunca se puede saber con exactitud a fin de cuentas, pero sin miedo ni angustia me dispuse a saludarlo y comenzar a hablar con él recordándole sus momentos estelares en el Columbia donde habíamos estudiado. Fuimos compañeros por tres años de la secundaria y el día previo a su visita, elaboré un resumen mental de los mejores momentos de su vida, hasta donde podía recordarlo; al entrar en la zona, camas divididas con biombos de sábana en forma que todas coincidían en un centro de abastecimiento ya fueran insumos, monitores, sala de médicos; me coloqué al lado izquierdo de su cama, puse mis manos encima de su brazo y comencé a hablarle a manera de un paciente que podía escuchar, a pesar de los tubos que lo mantenían alimentado con oxígeno y venoclisis, porque su estado de vigilia seguía presente. Habré platicado con él unos cincuenta minutos cuando un doctor interno pasa junto a mí, observa los monitores y revisa sus signos vitales para dirigirse a mi contundentemente: “el señor acaba de fallecer, si quiere usted avisarles a sus parientes, puede hacerlo, les permitimos solamente entrar de uno en uno.”
Quedé atónito al momento de su último aliento, me sentí muy agradecido con él por permitirme pasar los últimos momentos a su lado y se lo dije antes de irme. También cuestioné lo que ya había aprendido en mis estudios de la muerte, totalmente mentalizado para ayudarlo de cualquier manera posible (legalmente claro). Yo le hablaba de esas experiencias agradables que habían sucedido durante la infancia o para que recordara eventos felices conectados a esos mismos, de esos por los cuales valen la pena esta vida. Los cuadros que son agradables en nuestra memoria deben de hacerse presentes. Es parte del combustible que se requiere para dar el salto, lo he confirmado en todos estos casos, el bálsamo que producen los buenos recuerdos, es en muchas ocasiones, lo suficientemente fuertes para romper la inercia del dolor y el sufrimiento.
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4 comentarios
Que labor maravillosa llena tu vida. El aliviar el sufrimiento de un ser humano en el más difícil trance , te engrandece!
Increíble tu forma de expresarse!
Gracias por tu mensaje, y por tus conceptos claro. Siempre es bueno recibir retro, como que se infla uno, jeje.
Dura más el oxígeno para ser creativo. Lo hago con mucho gusto, aunque con estos comentarios me enfocaré mejor.
A tus órdenes.