Si bien no están en orden lógico los efectos que sentí durante la encerrona, recuerdo muy bien los resultados y casos de total indefensión en el que algunas veces me sentí.
Casi todos tuvimos que reinventarnos de múltiples formas, tecnológicamente más que nada, para mantener la comunicación con lo que teníamos a la mano y al alcance, considerando en todo momento el misérrimo presupuesto con el que yo contaba para cualquier proyecto, solo pensé en elaborar un calendario turístico de mi estado tan hermoso -aunque la secretaría de turismo no pensaba de la misma manera. Tenía abierta, después recordé, la posibilidad de mantenerme activo a través de unas clases de TOEFL (es el Test of English for Foreign Language Students) del cual poseo un excelente puntaje, con la idea de laborar dando clases de inglés a distancia, para una academia que conocía desde hace más de 10 años y para la cual había trabajado en varias ocasiones intermitentemente en mi vida; eso pude conseguir. Lo hago bien de acuerdo a los resultados de mis alumnos, los puntos alcanzados son requisito para subir de puesto en el escalafón empresarial o sirve para estudiar una especialidad, postgrado, maestría; sin embargo, aún después de una negociación que no me dejó satisfecho por el pago, pero siendo lo único que tenía en ese momento, me pareció sensacional; había gente mucho más desdichada o sin ninguna posibilidad de cambiar de rubro para sobrevivir. Aprender a vivir con lo que se tiene, es un arte. Primero por necesario y luego por salud mental.
De manera complementaria a estos hechos, la obtención de recursos se hacía cada vez más difícil. He tenido algunos conflictos al solicitar parte de mi herencia para que sean enviados a la ciudad donde radico, es recurrente, cada vez que me termino todo lo que tengo y me sostengo de hasta el último peso, a veces sucede aunque se prevea la circunstancia llega a suceder a menudo. Nunca fue la solución ideal para el tratamiento de la herencia pero la única que se podía adoptar a la muerte de mi madre por el cobro de impuestos al regresarlo a México… En la reclusión lo sentí mucho más, un aspecto que produce estrés.
Sorpresiva, la pandemia nos impedía salir a la calle, por ningún otro motivo que no fuera ir al supermercado a comprar víveres o a reabastecernos de medicamentos, no había otro motivo para pasar de la puerta en los domicilios. El confinamiento había llegado para terminar con las esperanzas de muchos que teníamos que salir a buscar trabajo, con eso y mucho más. Se cuentan, entre los errores de este gobierno, el de no subsidiar a la clase media con apoyos financieros por instrucciones del presidente de la república, aunque en muchas partes del mundo civilizado se decidió esa política de sostenimiento para que muchos empresarios no quedaran en bancarrota. Pero parece que la política en nuestro país seguirá teniendo ese toque de sarcasmo, ilusión y falacia como hasta ahora, cualidad innata de su existencia.
Una de las secuencias que más me impactaron fueron los tan frecuentes recorridos frenéticos de ambulancias recogiendo a enfermos para llevarlos a un centro de salud con especial atención en COVID. La saturación de los servicios médicos fue un aspecto que nadie imaginó y que se vivió en todas las ciudades más importantes de México, simplemente no había suficientes hospitales dedicados a esta calamidad en un momento dado, muchas veces dejando a los enfermos en la calle por no poder ingresar a las instalaciones del nosocomio. Después del transporte las ambulancias tenían que dejar a los enfermos en el pórtico, no había camas en los hospitales dedicados a COVID, se veían a las personas desamparadas divagando frente a los accesos de los centros de salud, yendo de un lugar a otro, de la entrada de emergencias a la del acceso principal, camino que se anduvo por muchas horas, iban y venían esperando una cama para ser atendidos o bien, tanques de oxígeno alineados afuera de una distribuidora de este el vital gas. La interminable fila de personas esperando a cualquier hora en la calle durante día y noche a fin de conseguir un tanque de oxígeno para sus enfermos fue realmente conmovedor. Quisiera haber tenido la capacidad de resolverles sus problemas con un abastecimiento continuo y sin demoras, pero era un hecho que la realidad había superado cualquier proyección que se hubiera hecho con anterioridad. Las distribuidoras del vital gas alcanzaron también sus máximos históricos en la demanda y en los precios; gente sin escrúpulos, sin un concepto de humanidad aumentaban el costo del cilindro sin importar la clase social, estado físico o ruegos de moribundos. Cabe destacar que una vez adentro del hospital era prácticamente imposible recibir visitas, para evitar los contagios, por lo que después entendimos, era la antesala de la muerte ya que muy pocos la libraron estando en situación de respirador artificial asistida, o grado avanzado de la enfermedad.
Otras de esas terribles imágenes fueron las funerarias que no tenían capacidad para la preparación, velación e incineración de los fallecidos. Fueron tantos como el triple de las cifras oficiales, más de medio millón de personas perdieron la vida. Los cuerpos al llegar a las instalaciones eran depositados en una habitación especial uno sobre el otro, hasta que llegaban los familiares y se realizaba el funeral. Regularmente pasaba esto en cualquier ciudad de la república mexicana pasando a considerarse algo casi “normal”. Había bodegas donde se almacenaban los cadáveres previo a su reclamo y recuerdo una imagen dantesca de un camión con refrigeración estacionado en las calles de Nueva York sirviendo de almacenaje, previo a ser incinerados o enterrados. Debido a la saturación de hospitales, casas luctuosas, la desesperada demanda por tanques de oxígeno para los más graves, filas de personas frente a los establecimientos esperando a ser abiertos para llevar el vital fluido a sus hogares y enfermos.
Fin de la tercera entrega.