Voy a iniciar el capítulo con este conmovedor poema del escritor mexicano Luis G. Urbina, que viene como anillo al dedo para lo que les narro después. En mi caso, forma parte de un «efecto recurrente» porque durante mi infancia lo escuchaba de mi tía Martha, mi tío Salvador y de mi madre, que también lo recitaban.
METAMORFOSIS
Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.
Luis G. Urbina
He estado recordando algunas escenas de mis mejores y peores momentos de la vida. Dicen que eso sucede cuando está uno cerca de la muerte misma; solo que en mi caso, han sido tantas las ocasiones que ya nada me sorprendería, o de que nada extraordinario aconteciera, sería casi lo mismo, mejor no poner atención a eso.
Sin dudarlo en ambos sentidos, diría que fue de lo mejor a lo peor en esa ocasión, corresponde a esa comida en casa de NE -madre de la señora Ge-, que ocurrió como a los diez meses de que ella y yo nos reencontráramos y estuviéramos en una relación amorosa plena. Le llamábamos sincronía o el momento preciso cuando dos estrellas coinciden produciendo un resplandor insólito y revelador. Dos almas que debieron estar juntas desde la infancia provocados por sus vidas anteriores con la necesidad de amarse por tiempo indefinido, a lo mejor para siempre.
Podría decir que por amor, nos encontrábamos compartiendo, disfrutando y gozando todo en nuestra proximidad; caminábamos por los alrededores de su domicilio siempre que podíamos, sábados o domingos, todo nos admiraba. Veíamos con fascinación a los colibríes que se alimentaban de una fuente colgante encima de su balcón, atardeceres, la luna, los amaneceres. Podrían sonar simples y banales actos de la naturaleza, pero significaban mucho para los dos cincuentones en esos momentos del reencuentro. Yo me declaro fugado mentalmente debido al encanto que ella había depositado cuando me atendía y seducía.
Fuimos, hablo de ambos enfoques que coincidían en política nacional, arte y cultura -como una de las más grandes expresiones de la humanidad-; cinéfilos apasionados, gourmets de mil platillos y estilos (ella por lo que sabía y yo por sensibilidad), una semejanza que parecía eterna y así me lo imaginaba yo. Ella me lo hacía sentir de mil maneras, sin recato y a manos llenas, abundante en su amor como en sus detalles, espléndidos regalos por ser cualquier día. Me decía que yo para ella había sido LA LUZ que de alguna manera había extraviado en el camino; me hacía sentir orgulloso cuando lo mencionaba durante nuestros encuentros, y mucho tenía que ver su relación filial porque en esos relatos que me hacía, lo confesaba, historias macabras verídicas; adicionalmente de sus obligaciones como primogénita, administración de todos sus bienes e inmuebles, empleados, caprichos o necedades de una locura senil, como también lo eran entregar el sustento de sus hermanas o a su hijo, un hombre ya, a punto de casarse o la pensión de su madre, el cuidado de sus geniales sobrinos, entre algunas otras obligaciones fundamentales. Efectos que la habían minimizado com ser humano a pesar de su brillantez mental y capacidad; destaco que siempre me ha parecido un ser extraordinario de otra esfera, social, mental, intelectual; ella, la señora Ge, ya había demostrado su habilidad administrativa para llevar las riendas del capital familiar. Lotes urbanísticos en renta, pago de empleados, restaurante, impuestos, entre otros asuntos. La nombré la Reina de Sheebah, o la reencarnación de un alma sabia. Ella para mí era: INTEGRA.
La madre de Ge siempre me había parecido una mujer muy atractiva. Recuerdo en una ocasión, o varias, un grupo de amigos de la escuela, siendo unos adolescentes o en pubertad, pasábamos a tocar a su casa, solamente para verla salir. Era un icono de la belleza para nosotros. Rubia de tez bronceada, mirada que desnuda, delgada con muy buena figura. Su sonrisa era una conquista. Recordé también a su compañero de vida José L., exjugador de futbol mundialista en 1954, un personaje en el medio del entretenimiento, locutor de programas deportivos y narrador de partidos por televisión, conocedor de mil historias, de carácter afectuoso, quien resultara ¡ser compañero de mi padre en la carrera de ingeniería! Increíble la cercanía de las almas en ciertos momentos de nuestra existencia. Mi lector puede o no creer que llevo dos meses pensando en él, cuando en este momento me entero que ha fallecido justo ese tiempo atrás. Me dio gusto saludarlo en el camino, disfrutar más de sus conocimientos hubiera sido lo mejor. Mucha luz en adelante para él. Prácticamente ha sido su voluntad que lo mencionara en este capítulo, lo vamos a extrañar, pero lo recordaremos con aprecio.
Me presenté puntualmente a la cita como es mi costumbre, sus cuatro docenas de rosas para cada una -que nunca fallan-, les hacen sonreír complacidas y a mí me puede encantar sus rostros al recibirlas. Habría que destacar que esta no sería una ocasión cualquiera y se requería alguna motivación especial para admitir a un amigo de algún miembro a las comidas del Sabbath. Como buena costumbre judía era ese día tradicional para las reuniones y habría que destacar la variedad de platillos que preparan en su casa, son de excelencia particularmente en esa familia debido a las recetas que habían sido pasadas por generaciones, unas delicias. Una de mis favoritas era el fideo seco y no es por alabar sus conocimientos culinarios sino más bien por su amor a la gastronomía, que son preparados con cariño, con esa carga adicional que nutre más por estar ahí.
Por lo cual yo ya estaba más que agradecido, disfrutaba mucho de sus comentarios y conocimientos, tanto de NE como de Ge. Asistieron también a ese memorable convivio, Ka hermana de la señora Ge y sus dos hijos, Nat y Bru.
Habría que destacar que la señora Ge no estaba del mejor humor ese día, desde que nos sentamos a la mesa, comenzaron los roces con su madre, algo con lo que no estaba de acuerdo provocó su cambio de actitud. Luego otro asunto del clima, hasta que cualquier motivo fue un botón, noté que ella se comportaba como si alguien le hubiera llamado la atención siendo niña, antes de comer y mantuviera ese enojo para llamar la atención. La señora NE parecía entenderla y se mostró más o menos paciente. Mi actitud sería tratar de apoyarla a ella en las decisiones que podrían discernir, pero no comprometerme. Se sentía tensión.
Un poco rebasado en mi mente, llega el tema de mayor tensión, una corrección de la abuela sobre el desempeño escolar para el hijo mejor de Ka, su nieto, donde se exponía abiertamente, ante todos los comensales, sus equivocaciones o faltas. En mi rebeldía casi de ley, decidí apoyar a Bru sin importar lo que era obvio; sería el reflejo de lo que alguna vez sufrí en mi casa, o mi reacción fue causada por esa falta de tacto que a las madres les da de repente, exponiendo a sus hijos a cual más y por considerar que la edad de Bru era más que entendible que fuera un poco inquieto y no prestara tanta atención a sus obligaciones como la abuela ordenaba. No lo he descifrado.
Entonces me lancé al ruedo. Pedí públicamente se le diera otra oportunidad para que Bru se comprometiera a cumplir en tiempo y forma sus obligaciones escolares. Yo veía que era una manera de ser solidario con el sexo débil, en este caso, él en su casa y además: “era simpático el niño”, dirían sus conocidos. asimismo, sentí la vergüenza que él estaba experimentando, nada agradable.
Inmediatamente ella intervino diciendo que no estaba de acuerdo con lo que yo sugería y que me fuera al traste… bueno, algo similar, la exactitud de sus palabras como que se me escapan, que no debí intervenir, no era mi voz la que se debió escuchar. En realidad el sentido de mi intervención era con un tono de simpatía animando al diálogo pero, lo dicho, dicho está. Siento que en ese momento marcó una diferencia entre la señora NE y yo. Lo cual influyó para que fuera yo de su agrado en lo futuro. Fue una llamada de atención contra cualquier intento de insubordinación o contradicción a sus instrucciones me parece; entiendo que me dejó ver lo que la vida le había enseñado (virtudes, cualidades, heridas, dolor), por lo que tuvo que luchar y no pensar en flaquear, cuando estuvo en los momentos de apremio, de vida o muerte. A lo mejor si conociéramos un poco de su vida íntima entenderíamos a la perfección su experiencia de su tránsito en esta dimensión, sin juzgar más allá de una eventualidad. La percepción lo cambia todo.
Dedicado con cariño a la Negra de Cumbres.