Continúa.
Fue tanta la desesperación de mis padres que en una ocasión llevaron a una bruja indígena para darme una buena limpia, llevó sus huevos crudos que repasó por todo mi cuerpo. Bailó, cantó, oró y repartió el humo de sus hierbas por todo el baño de nuestra recámara. Ella era de complexión mediana, un poco sobrada de peso y los senos colgando sin sostén que grotescamente se movía alrededor de mí en círculos externos, a manera de desbaratar los conjuros o maldiciones. Al girar entonaba unas oraciones en náhuatl o algún otro dialecto que no reconocí, luego en español; también es probable que haya tenido un poco de mariguana entre el ramo que sostenía con una mano y que estuviera bajo los influjos de sus cualidades curativas.
En un periodo paralelo a la reclusión forzosa también comencé a estudiar fenómenos paranormales. inclusive mis padres empezaron a entusiasmarse con las meditaciones o “bajar de nivel” como le decían las ciencias; el manejo de la energía para realizar viajes astrales, predecir el futuro, mover objetos a placer, telepatía, fuerza sobrenatural, cicatrización instantánea. Me entusiasmé mucho porque fueron la razón de mis búsquedas en diversas filosofías orientales y esa inquietud me hizo encontrar en otras culturas lo que no entendía como realidad inmediata. Fue el inicio de mi vida espiritual como hasta el momento existe. Sirvió también para iniciar luego mantener, el cuestionamiento de la sociedad por varios motivos; el no fomentar habilidades tan importantes (me refiero a la educación mental del ser humano), es algo más que debería de existir para adiestrar la capacidad energética de toda la sociedad, por lo menos para evitar el sufrimiento en cualquiera de sus formas en que se presente. Fue en ese entonces que mis padres decidieron que yo sí podría ir a Silva Mind con ellos, afloraba la esperanza de que yo renovara mi espíritu y educara mi mente. Así lo hice. Los cuatro cursos me parecieron fantásticos y, sí respondieron a muchas de las preguntas que yo me hacía desde hacía algún tiempo, aunque después me di cuenta que eran las bases fundamentales de cualquier filosofía oriental con la meditación y las visualizaciones. Entré en contacto con poetas como Omar Khayyam (El Rubaiyat) gracias a mi protector espiritual a quien conociera más adelante en el último curso de Silva Mind, también por obra y gracia de la sincronía con mi tía Rocío que me obsequiara el libro, a los pocos días que le platicara de este acontecimiento.
Dentro de otro capítulo de la Mirilla se menciona al Gurú, apodo que adquirí en Villa Olímpica precisamente porque podía hacer y manejar la energía a mi antojo en varias demostraciones que hice personalmente. Vencidas con un dedo mío y una mano de otra persona, proyectar el áurea a placer, adivinar el pensamiento de algunas amistades. Eso fue a raíz de otro curso que tomamos a continuación de Silva Mind impartido por un fantástico personaje llamado Héctor Grayeb quien presumía haber sido entrenado en la comunidad de la India conocida como la Aldea de los 500, un superdotado sin lugar a dudas. Una muy intensa experiencia de la concentración mental que me ayudó a crecer en mi visión del mundo y de las cosas.
Eventos cercanos a la muerte también podíamos considerar accidentes automovilísticos de los cuales tuve varios, me excitaba la velocidad y conducía como frenético; “como Taruffi”, diría mi padre. De todos los percances salí completamente ileso, si acaso un raspón en uno de ellos a pesar de que en cada una no quedó manera de recobrar el vehículo. Imprudente y descarriado como cualquier universitario de clase media.
Continúa.