Tercera parte.
Seis años tenía para cumplir siete en tres meses más, viviendo en Cocula, Jalisco, fallece un maestro que teníamos en primer año. Todos los alumnos fuimos llevados a su entierro y como se usa en los pueblos, la exposición del cuerpo en su ataúd era obligatorio recorrer. Es un acto de reconocimiento a la labor que desempeñaba dentro de la comunidad y todos los que habíamos pasado por su aula teníamos que asistir al velorio y al entierro. Me causó gran impresión verlo dentro del ataúd con las mejillas rosadas, su mirada en el más allá totalmente impávido e incólume. No se parecía mucho a mi maestro lo recuerdo, eso debe haber impactado en mi formación.
Los alumnos dimos la vuelta al féretro en completo orden, al salir nos desperdigamos para asimilar de manera individual la sensación de haber estado con una persona que nos dió clases y que había partido de este plano terrenal. Recuerdo que la energía de mi cuerpo se había disipado, estuve totalmente agotado durante el resto del día y al siguiente, no quise asistir a la escuela nuevamente. Tuve que dejar pasar dos días más para poder incorporarme de nuevo a la aula con un nuevo maestro.
Continúa.