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    Home»Facts of life»47- El cadenero

    47- El cadenero

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    By FerJCano on 29 de abril de 2021 Facts of life, Libro La Mirilla, Libros y escritura, Novela

    «A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante».

    Oscar Wilde, 1854-1900

    La mirilla esta vez se encuentra detrás de la puerta del departamento donde habitaba mi madre.

     

    – Necesito que vengas de inmediato.

    – ¿Por qué? ¿Qué pasa, te sientes mal de nuevo? ¿Estás bien? No me digas que nos vamos de nuevo al hospital.

    – Es una cuestión de unos asuntos pendientes y solo tú puedes ayudarme. No me siento mal, pero quiero que arregles unos papeles que recordé no tener en regla y debido a mi salud en la situación actual, me parece que llegó el momento. Si yo pudiera iría personalmente lo haría, pero en estas condiciones la verdad no puedo, tú sabes, ahí estuviste hace dos días, ¿no? Luego con esos tubos conectados del oxígeno que no me los puedo quitar y salirme a Querétaro, buscar a un notario, hacer la cita para que me entregue los documentos y me regrese, ¡no llego!

    – Además ya todo está arreglado, llegas directo con el actuario, te vas temprano, y ahí en la notaría lo pescas. Antes de las dos, él ahí está prácticamente todo el tiempo. Yo te doy para los pasajes (de autobús) y en la tarde – noche ya estás de regreso, así no pierdes más que un día en ir y venir para que no te digan nada en el trabajo. A ver, ¿cómo vas con eso de la exposición? ¿Qué has vendido ya muchos espacios, cuántos vendedores tienen, cuanto ganas? ¿Sigues trabajando en el bar por las noches?

    – Si tienes algún problema, allá está tu hermano para que te apoye con lo que te haga falta. Espero que no sea necesario que te quedes a dormir, pero en dado caso que así sucediese, no gastamos en hospedaje. ¿O quién piensas tú que lo puede hacer además de ti? ¿A dónde está esa bola de hermanos tuyos que no dan la cara ni cuando uno se está muriendo? Digo, para tu hermana y tú también, ha sido una friega.  Vamos al hospital, dos días y regresamos a la casa y salimos de nuevo a urgencias, no. No puedo más, insuficiencia cardiaca y estos pendientes que tengo para revolcarme en la tumba. ¡Ayúdame! A ver, te doy mil pesos para que me hagas este favor.

    – Son unos terrenos escriturados a mi nombre, tienes que pedírselos, son tres.  Uno de ellos es para ti, así que, con mayor interés irás. Hacemos una carta poder ahorita mismo,  ahí tengo el formato, lo llenamos acá y le sacas una copia para mí.  Pero, Gabriel, ¡muévete hijo!

    – Voy para allá.

    Gabriel cuelga y se mete al baño, prende la luz y lanza una mirada al espejo, cara de pocos amigos en estado somnoliento y pelos parados, los que le quedan. Con el tinte rojo que usó hace dos semanas, se le notaban las canas en las entradas, parecía un encalado de su faz. Era su mirada cadavérica después de trabajar hasta las cuatro treinta de la mañana en el valet parking y en el acceso principal. El antro estuvo retacado, con tantas mujeres hermosas de todos estilos y colores.

    Los clientes se fueron contentos y no hubo problemas anoche, salieron como querían ponerse, nada que reclamar por las propinas al estacionar los autos y mucho que agradecer, al cliente del Maserati azul plomo le estará agradecido por el resto de la semana, quinientos pesos por llevar y traer su increíble vehículo adentro y afuera del garaje para visitantes. Rostro angulado y frente amplia, de complexión delgada, cabello rizado, mirada penetrante de ojos negros, de piel casi blanca, rojiza, voz profunda que requiere un cadenero. Sigue en el antro. Ahora recuerda el Ferrari amarillo, porque de él se bajaron dos mujeres extraordinarias. Dos rubias, no les entendió lo que le decían, parecían extranjeras, minifaldas de satín, una verde y la otra roja, tacones altos. Salieron del lugar acompañadas de unos antiguos clientes del lugar a las tres de la mañana.

    A esa hora terminó su turno, pero continuó como algunas otras ocasiones, siendo parte del grupo de seguridad del antro. Ahí permaneció también para entregar los dos autos importados recibiendo su recompensa por el desvelo; salió a trabajar la noche anterior y violentado en su sueño por el padre a las siete, inesperadamente claro; no hay tiempo que perder, a bañarse para despertar y perder el miedo, un café negro y una galleta que le regalaron anoche en casa de su jefe, del otro trabajo, el de las exposiciones comerciales. Se viste de traje oscuro porque piensa “es propio para noche y día, además elegante para la cita con el notario. El azul me lo he puesto tres días seguidos y a este le falta uno. Mi saco y mis corbatas están en la caja que dejé en la oficina por no tener a dónde guardarlos, así que tendrá que ser la corbata beige de nuevo”.

    Gabriel sale del departamento que habitaba desde hacía tres días, tuvo que buscar un nuevo remanso por la falta del pago en el alquiler anterior. La luz del sol le hace perder la nitidez en las imágenes y objetos que le rodean por no haber descansado lo suficiente. No reconoce ningún elemento del entorno y se dirige hacia la esquina de la calle. Totalmente desconectado del mundo que se le viene encima como loza de cemento; por instrumentos, camina sin fijar la atención en lo que pasa a su lado. Todo se le hace nuevo, desconocido porque no ha tenido un lugar fijo por más de un año; el anterior a éste era en peores rumbos rodeado de ladrones y narcos, cobraba mucho dinero para lo que era, una habitación pequeña, con el baño y la cocina en una segunda área casi incrustados. Animales rastreros de todo tipo imperceptibles en la oscuridad de todas las mañanas, tanto así que una noche al arrivar del antro pisó un vinagrillo y tuvo que dormir con una sábana envuelta en su cara para soportar el tufo. Me contó además, que en un par de llegadas por la madrugada lo intimidaron como para robarle, pero solo quedó en un amago, lo vieron entrar al departamento que habitaba y lo dejaron en paz. La única virtud de ese espacio que alquilaba era estar cerca del metro que le llevaba al trabajo.

    – ¿Cómo pasaste la noche, te sientes mejor? Yo apenas pude dormir un par de horas.

    Papá. ¿Por qué no dejas esto del viaje a Querétaro para después? Padre, yo sé cómo te sientes, que casi te nos vas el lunes pasado, que sigues delicado. Pero yo también estoy en el proyecto de las exposiciones y no puedo abandonarlo así, de repente, tengo citas con clientes que por cierto, una es con mi jefe… ¡no! Me la va a reventar… El cliente que vamos a ver hoy es inclusive amigo suyo, no podeos dejar de ir. Ya tanto tiempo que han estado allá esos documentos para que los pidas en estos momentos, no es fácil, compréndeme. Mira, yo con gusto lo haría pero déjame cumplir con mis obligaciones  y mañana sin falta pido permiso para faltar el viernes, ¿qué te parece?

    Las órdenes del padre no tuvieron que repetirse, con un sonoro grito acompañado de un manotazo en la mesa dejó en claro cuándo, cómo y con cuánto para su viaje ese mismo día, la vida no espera. No era ya una petición sino una instrucción que Gabriel debería de hacer en el menor tiempo posible, traer los documentos de los terrenos para poder endosarlos y cederlos a su esposa e hijo antes de morir. Con esos argumentos tuvo que partir Gabriel rumbo a la central del norte. Ni sus jefes, novias o amigos supieron de él por dos días enteros.

     

    Fin de la primera parte.

     

     

    amistad kármica compasión entrenamiento; psicología; aprendizaje; condición humana; análisis; fernandojcano gratitud mirilla realidad filtro sincronía
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