Cuando se está enamorado, todo lo ve uno a través de ese estado prístino e iluminado por ser amado.
Como por una mirilla.
Comencemos por la faz, brillante, iluminada del saberse amada.
Tu mirada luego, la gloria para cualquier mortal. Profunda, penetrante, que traspasa e intimida.
Son ojos que descifran cualquier enigma, confunden, enamoran, desnudan; todo aquel que sea mirado, quedará marcado para siempre con su envidiable encanto.
Tu sonrisa ahora, el paraíso alucinado del idiota en la cueva. No hay ni habrá una llamada de atención más impactante que voltear y encontrarme con ella.
Una extensión de tu rostro, que emite una deslumbrante jerarquía de monarca, probablemente egipcia, es tu estilizado cuello.
Miles de rutas surcan tu pecho, aquel por recorrer infinitamente, sediento, en busca del elíxir que alimenta mi alma.
Hombros seductores, desnudos, ébanos articulados que adoro acariciar.
Al reverso, esa área erótica que con solo rozarla uno de mis dedos mágicos se enciende con bullicioso aroma y sudor. Aterrizar mis manos en tu espalda es sin duda mi obsesión matutina.
Brazos de mármol formados, no con cincel pero con caricias de suaves mares, aquellos que añoro tener a mi alrededor, que me asfixien con su fuerte brillo.
Senos perfectos conformados de lava hirviente, mantienen mi pasión perenne en sus islas eróticas cuyos besos acallo hasta la embriaguez de mis sentidos.
Torso delirante, piel aterciopelada, el cosmos que brilla ante un sol incandescente. Es la esencia del ritmo frenético cuando te amo.
Muslos íntegros, más grandes que la imaginación de Fidias, resplandecen con el movimiento de tu vaivén, molesta no poder asirlos cuando se desplazan por el corredor, cuando los besos del pasillo se imponen.
Piernas alargadas, pies oníricos, fuerza de mi caminar cuando te deseo y encuentro.
Y finalmente tus manos, que en este irracional orden son últimas, magia de los sentidos, extensión de los deseos, tu primer contacto con mi ser, desde tiempos ancestrales. Inolvidables para el que las prueba y hechizo para el que las ve, pertenecen desde el inicio del tiempo a mi alma, vibran, mueven hilos, deciden destinos, ordenan destierros y señalan la luz de mi amor.
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