Quinta entrega
Ese mismo día de la reunión de compañeros, un acontecimiento fatal en la familia: la tía Mela, hermana de mi abuelo materno fallece en casa de su sobrina, a los 93 años. Yo estuve con ella dos y tres semanas antes en dos ocasiones. En la primera platicamos historias de la bisabuela y reímos. En la segunda, había sufrido un derrame cerebral fulminante, jamás se repondría; para mí fue el contraste radical de la vida en una persona totalmente transformada.
Como información extraordinaria al acontecimiento, si se puede decir así, el amigo de la escuela quien esa noche de la reunión me llevara en su auto a la zona cercana donde ella falleció (mi intensión era ayudar a mi tía con los rituales mortuorios), sería mi prueba de fuego tiempo después al dedicarme a tanatología. A él, querido Fede, lo tuve que despedir de esta dimensión años después, en el área de terapia intensiva del Centro Médico. Solo puedo agradecerle la distinción durante mi visita, el honor de estar a su lado en el preciso instante de su desprendimiento.
Al igual que a mi padre en su lecho de muerte, a la tía Mela le hablé de estar en un mundo mejor, allá donde su hermano y mi abuela la esperaban, lo hice para que no se aferrara aún más a la vida. Estaba ante una persona que no coordinaba ya ninguna de sus capacidades, por eso induje su partida. Es más doloroso ver cómo se ha desgastado una persona con la cual has convivido mucho; cómo sin poder pronunciar palabra se esforzaba por hablar, reduciéndolo a balbuceos que lograba con dificultad. Penaba para mi interior si más valiera una salida honorable en última instancia, aún en estado reconocible.
He llegado a pensar que vine a este mundo con esa misión: soy el hombre que sostiene la barca antes de cruzar el río y los que llegan a mí, buscan una salida de su estado de incomprensión ante un mundo que ya no los necesita. Se vuelven etéreos. Vuelan, como las mariposas. Se transforman en algo mucho más bello que emigra a otra frecuencia. La imagen de Caronte me atrapa y dimensiona mi existencia.
Después de la reunión de ex alumnos comencé a incluir a Ge en mi lista de contactos y, cuando me llegaba alguna invitación al buzón del correo electrónico para una presentación de arte o de filosofía, se la enviaba. Fue de las pocas personas que respondieron, decía que le gustaba mi manera de pensar y mi comprensión de las circunstancias tan difíciles por las que atravesaba en esos momentos: Ge rescataba su posición hegemónica en la familia, lo que significaba tener que encarar situaciones muy conflictivas que afectaban su estado emocional. Su hijo había elegido a su pareja para celebrar su boda a los 31 años, aparentemente muy enamorados, ella linda persona. Lo peor era su padre, el origen de todos los conflictos emocionales, me hace pensar que al entrar en una nueva frecuencia amorosa conmigo sus problemas comenzaron a disolverse con más trabajo energético, ella mucho más tolerante con su familia, menos tensa, supongo. Su estado de ánimo se sublimó.
Si algo le pedí fue paciencia, que tomara aire varias veces antes de una decisión que pudiera comprometerla y le resultó útil. Es una manera de decir que nos escuchamos y comprendimos, las circunstancias, los sucesos diarios, las eventualidades. La ayudaban a tranquilizarse también la poesía, buena música y por último los koans, que, a mi manera de ver, son la mejor vía para aprender la filosofía de la vida, budista también (me declaro admirador de ella por tres cualidades: sencilla, práctica y humilde) y lo más selecto que tenía en mi biblioteca se lo hacía llegar por correo electrónico; le encantaron, se sorprendió de la filosofía y yo me sentía conectado a ella porque entendía mi forma de pensar. son koans japoneses y coreanos como éstos, aquí dejo unos de ejemplos.
MATAJURA wanted to become a great swordsman, but his father said
he wasn’t quick enough and could never learn. So Matajura went to
the famous dueller Banzo, and asked to become his pupil. «How long
will it take me to become a master?» he asked. «Suppose I became
your servant, to be with you every minute; how long?»
«Ten years,» said Banzo.
«My father is getting old. Before ten years have passed I will
have to return home to take care of him. Suppose I work twice as
hard; how long will it take me?»
«Thirty years,» said Banzo.
«How is that?» asked Matajura. «First you say ten years. Then when
I offer to work twice as hard, you say it will take three times as
long. Let me make myself clear: I will work unceasingly: no
hardship will be too much. How long will it take?»
«Seventy years» said Banzo. «A pupil in such a hurry learns
slowly.»
Matajura understood. Without asking for any promises in terms of
time, he became Banzo’s servant. He cleaned, he cooked, he washed,
he gardened. He was ordered never to speak of fencing or to touch
a sword. He was very sad at this; but he had given his promise to
the master, and resolved to keep his word. Three years passed for
Matajura as a servant.
One day while he was gardening, Banzo came up quietly behind him
and gave him a terrible whack with a wooden sword. The next day in
the kitchen the same blow fell again. Thereafter, day in, day out,
from every corner and at any moment, he was attacked by Banzo’s
wooden sword. He learned to live on the balls of his feet, ready
to dodge at any movement. He became a body with no desires, no
thoughts – only eternal readiness and quickness.
Banzo smiled, and started lessons. Soon Matajura was the greatest
swordsman in Japan.
Había una vez un par de monjes budistas, uno muy sabio y su aprendiz. El monje sabio le indicó al joven aprendiz que fuera a plantar un árbol seco en lo alto de una montaña. Su misión sería ir a regarlo diariamente, para lo cual tenía que caminar la mitad del día hasta llegar a él y la otra mitad para regresar. El aprendiz no le preguntó el por qué hacer esto a pesar de que se trataba de un árbol seco. El monje le dijo que fuera y plantara el árbol en la parte alta de la montaña, y así lo hizo. Y todos los días durante tres años, iba a regar el árbol y regresa al monasterio al anochecer. Así fue por todo ese lapso, regaba el árbol seco sin esperar nada; hasta que, un día al llegar a donde estaba plantado, se quedó sorprendido porque lo vio lleno de flores.
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Cuentan que dos monjes que hicieron votos de silencio van caminando hacia el monasterio, su destino final. Recordemos que los monjes budistas tienen prohibido el contacto con las mujeres como símbolo de castidad y disciplina.
Al llegar a la orilla de un río que debían cruzar, se encuentran a una mujer hermosísima que también quiere cruzar, pero tiene miedo de hacerlo porque trae cargando una gran cantidad de equipaje y no sabe qué hacer. Uno de ellos toma el equipaje entre sus brazos, carga otras cosas sobre su cabeza y cruza el río, dejándole al otro la responsabilidad de la dama. El segundo la toma a ella entre los brazos, la sube a su espalda y la cruza del otro lado dejándola de pie sobre una roca sin decirle una sola palabra.
La muchacha trata de agradecerle diciéndoselo pero éste sólo retoma su camino sin voltear atrás, alcanzando a su compañero más adelante.
El camino prosigue totalmente en silencio hasta que al llegar al monasterio, el primer monje se voltea hacia el segundo y le dice: -“compañero, has roto tus votos al entrar en contacto con esa mujer, ¿recuerdas que no está permitido el tocarlas?”- .Y el segundo le responde: -“También tú has roto tus votos trayéndola hasta acá”-.
Eso es lo que hacemos con los recuerdos de las personas. Constantemente, sin conciencia acaso, las traemos de vuelta una y otra vez. Y así ha sido constantemente en mi vida desde que nos separamos, se presentan sincronías en el tiempo y los dioses me permiten conocer su paradero. No es que no haya intentado sacármela del cuerpo, pero si confieso que hasta su olor tengo impregnado en la cama. Casualmente donde ella nunca entró físicamente a mi habitación, en el tiempo que nos quisimos y sin embargo, el perfume de su cuerpo flotaba en el aire cada noche… «lo traigo untado» dirían mis paisanos.
Imagen cortesía de @Locamex.net
Fin de la quinta entrega