Tercera entrega
Ge es alta y delgada, piernas sinceramente flacas pero hermosas, sin duda habían sido todas mías esa noche, ahora las veía con nostalgia y deseo. Su cabello oscuro y ojos negros como la incógnita de su verdadera pasión. Su mirada profunda es de las que traspasa y desnuda al más trajeado, y su rostro muestra ya los rastros de los años con una dulzura que contagia y seduce. Es una encantadora de otra vida, una hechicera renacida en una sincronía obligada de vidas pasadas.
A decir verdad, cuando la conocí nunca me sentí atraído por ella. A los 13 años nos veíamos con lejanía; éramos de dos mundos totalmente separados por la religión y las costumbres, aunque ella siempre se integró bien con todos, de una manera u otra, sin importar su identidad. En realidad, éramos una comunidad de adolescentes muy diversa en una de las mejores escuelas de la ciudad. Entonces yo pensaba que Ge estaba fuera de mi alcance, por ser del círculo social judío, y además, había muchas compañeras de impacto visual mucho más llamativas para mí (¡Viva la juventud!). Siempre me han gustado las mujeres hermosas y desfallezco por ellas.
En aquel tiempo, hablamos que a lo mucho tendríamos 14 años, Ge tenía un novio mucho más grande que cualquiera de sus compañeros de la secundaria (me lo confesó la noche que destinamos nuestros cuerpos, enamorados, para que esa velada fuera eterna hasta el amanecer). Según las normas de su comunidad era casi una adulta a esa edad y estaba en “una edad entre la adolescencia y la madurez” -por así decirlo-. Sabemos de sus costumbres dentro de la comunidad es muy común que se casen muy jóvenes.
Ella se vio en la necesidad de sobreponerse a cualquier obstáculo desde su formación por las circunstancias que la rodearon a través de conflictos y de experiencias únicas tanto dentro de su familia como fuera de ella y terminó casándose siendo prácticamente una niña. Tal vez en ese tiempo no pudo percibir otra salida del infierno que la rodeaba. Me atrevo a compartir la confesión que me hiciera llorando.
El hecho es que de ese compromiso nupcial prácticamente arreglado, procreó a un varón que, apenas al cumplir los tres años quedó exclusivamente a cargo de ella. Y es que la Señora Ge no soportó la denigración que vivía al lado de su marido, un ser acostumbrado a golpear y a la farra y decide separarse para hacerse cargo de la crianza de su pequeño vástago.
El verdadero amor de su vida, ése, era su hijo, a quien le demostraba cada vez que le era posible su enorme, apasionado y desbordante amor de madre. Era capaz de dejarlo todo -hasta su propia felicidad- por verlo a él realizándose como hombre, como parte de sus entrañas, como extensión de su propia vida, como continuación de una estirpe de abolengo. Sí, su hijo era el principal heredero del abuelo (después de tres hijas, un nieto). Y siguiendo la tradición judía, también heredaría una fortuna, cuando el tiempo lo decidiera.
La suite en la que nos alojábamos estaba en la parte más nueva del hotel, era una zona con vista al jardín de los huéspedes construida en estilo colonial, en esta exclusiva zona solo hay tres habitaciones, todas iguales a diferencia de la vista. La nuestra estaba justo al centro del fantástico escenario mezclado por enormes y diversas plantas, árboles, enredaderas, flores en los muros. tenía la mejor vista a ese enorme jardín colmado de plantas y de animales silvestres. Ahí estaba la piscina, también; gruyas reales, pavorreales, guacamayas de diferentes colores – verde, azul y roja- y al fondo, un lago artificial en el que navegaban exóticos patos, rodeado de palmas, de formidables palmeras rojas y de plantas de enormes hojas distribuidas a los costados de una pequeña explanada. Justo frente al lago se encontraban las esculturas de Zúñiga, retándonos a conocerlas.
En aquel hermoso jardín coqueteamos deleitándonos por la sorpresa de estar juntos. Ge decía algo relacionado al arte y yo continuaba con su enunciado haciéndolo un corolario embalsamado por las mieles del amor. Para estos momentos, no puedo decir qué tan real era su expresión de gusto y de felicidad por compartir conmigo, pero me pareció sinceramente enamorada. Sólo amor, dulzura y generosidad recibí esas noches que compartimos.
Si fuera explícito en lo que sucedió después sería una sola versión de lo que sentimos y de lo que fuimos el uno del otro. Para mí, el amor fluía por cada uno de mis poros al estar con ella; simpática y ocurrente, con un espíritu crítico a veces despiadado y gran conocedora del género humano -de lo bueno y de lo malo-. Ge también era detallista, como lo fue con el champagne rosado que trajo para compartir o el delicioso queso, o los mensajes y regalos de todos colores… es generosa y exquisita con todo y en todo lo que hace…
El tiempo es cruel juez que nos muestra la realidad tal cual es…
Sus historias de la vida real me conmovieron y me hicieron reflexionar acerca de mi propia existencia, lo mismo siento que vivió la Señora Ge. Sin duda mis historias, que reflejaban la cercanía de la muerte durante toda mi vida, le impresionaban. En algún momento lloramos juntos de dolor y luego nos hicimos cómplices del placer para restañar las heridas que brotaron.
Me gustaba su manera de comportarse: siempre ataviada del color adecuado y en el lugar correcto, la etiqueta indicada se entrelazaba con el descaro de su risa tan singular (sus carcajadas eran la gloria). Ge tiene un porte singular que atrae las miradas y el don de saber seleccionar su trono como una reina, a donde quiera que fuese. Excelente anfitriona, busca siempre discretamente lo mejor y lo más sorprendente para sus invitados; trovadores famosos en sus cumpleaños haciendo el deleite de los que los escuchábamos y participábamos cantando con ellos o simplemente recordábamos los tiempos del romanticismo de los tríos; espléndidas cenas de platillos árabes o mexicanos o italianos… Se sabía poseedora del gran conocimiento acerca de los protocolos.
Cenábamos de lo mejor, desde la sopa de cola de res hasta una pasta con crema y queso al dente. Opípara comida con más de tres platillos acompañada de vinos italianos de la Toscana, Montepulciano para ser precisos.
Era claro que Ge sabía mucho de comida y de buenos vinos pues había sido dirigido uno de los restaurantes estilo italiano más famosos de la capital durante los 80’s y 90’s ubicado en una de las zonas más exclusivas de la ciudad; ahí desplegó incansable sus dotes de excelente anfitriona de reconocidos personajes de la vida política, artística y social del mundo.
Su padre y dos socios habían creado el concepto del afamado restaurante, y fue él mismo quien por sus acciones, originadas en sus excesos, terminó por degollar al vellocino de oro -fuente de trabajo para muchas familias- e hizo venirse abajo los proyectos y sueños de las mujeres que integraban su familia.
Ge aprendió de la manera más difícil el significado del esfuerzo diario al solidarizarse con el negocio de su padre y de sus socios. Aunque se suponía que aquel restaurante era el patrimonio de ella y de sus dos hermanas menores, su padre nunca lo quiso ver de esa manera. Se sentía dueño de todo y de todos: invitados famosos de Hollywood, magnates, artistas europeos consumados o por encumbrarse de quienes era representante en el medio de las cadenas televisoras del país y de toda Latinoamérica.
Un hombre muy poderoso de la época, un hombre que siempre deseó tener un hijo varón y nunca lo tuvo, por fortuna para la señora Ge y sus dos hermanas ya que hubiera sido la ruina para ellas. En su entorno cultural y religioso el género masculino tiene prioridad cuando se trata de la herencia, las mujeres están en segundo plano eternamente, sirven a la decoración o a la reproducción, según las circunstancias. La tradición era así, se justificaba él.
Al hacerse cargo del negocio, Ge llegó a conocer en detalle el manejo del restaurante que fuera ícono de la zona de Polanco durante diez años, igual que de vinos famosos e históricos, de diplomacia y de relaciones públicas, de cosas prohibidas, y otras no tan públicas. Enfrentó esa nueva experiencia siempre con la disposición y el porte de una reina, con su singular cadencia y haciendo gala de su voz profunda y dulce a la vez. Había una reina reencarnada en Ge, esto lo sé por otras vidas, estoy seguro…
En este nuestro primer encuentro en Las Mañanitas, nos contamos todo lo que hubiera sido posible en una noche y hasta lo que no debí decirle (casi todo, eso sí lo reconozco). Pero, qué podía hacer, estaba profundamente enamorado de esta mujer que sigo descifrando día a día, y a través del tiempo me sigo sintiendo afortunado por haberla encontrado. Es mi versión del Zahír para Borges y Cohello en la que confirmé la teoría de su existencia en cada segundo que pasé a su lado, y una vez que lo has sentido, será imposible olvidarlo, y te encontrarás envuelto en búsquedas que se convierten en la obsesión de encontrarla de nuevo- dice El Zahír. Haber entrelazado nuestras vidas me dio la certeza de que, a través de signos en el espacio de vida, del universo y de la cotidianidad, eso era lo que los dos merecíamos. En ocasiones siento que la misión de mi vida termina al encontrarla en esa sincronía de estrellas que conspiró para nuestro encuentro.
Fin de la tercera entrega
1 comentario
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