Por la gracia del universo como también por conducto de la señora Gé, tuve el enorme gusto de encontrarme en el camino, a este maestro de inglés que se las sabe de todas todas. Nos conocimos en un instituto para educación de niños judíos al norte de la ciudad. Ya cuento algo de las aventuras para llegar hasta allá en el capítulo de «Los Desfiladeros», el cual expone las vicisitudes que había que sortear para legar a tiempo y mantener el salario sin infracciones o descuentos.
Aquí me permito publicar estas anécdotas que Mario me contara hace ya mucho.
- Trabajaba en un instituto de prestigio por el poniente de la ciudad. Entre mis alumnos estaba el hijo del presidente en aquel entonces. Yo tenía como norma, antes de entrar al salón de clase, hacer que los alumnos se pusieran de pie junto a su asiento así como también pedirles que estuvieran bien fajados y con la corbata arreglada, ya que esta clase -recuerdo bien- empezaba después de su receso. Ese día como de costumbre, me paré en la puerta y los alumnos procedieron a hacer lo debido, Uno de los alumnos, el que estaba junto a la entrada, era el hijo del presidente; no lo hizo y le indiqué que se pusiera de pie a lo cual el me respondió “¿Por qué he de hacerlo?” , le dije “Mira, tu papá es el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos y por lo tanto, cuando entra al congreso, todos los presentes se tienen que poner de pie les guste o no y mostrarle el respeto que se merece no importando a qué partido político pertenezcan. Lo que hace tu padre allá es lo que yo vengo a hacer aquí esta aula de 4X4 y te exijo lo mismo”. Sin decir más, el muchacho se puso de pie y de ahí en adelante hacía lo mismo a mi llegada al salón de clase.
- Laboraba en un colegio católico y cierto día les di a mis alumnos una fotocopia de un ejercicio y les dije: “Muchachos, resuelvan los ejercicios y esto les contará como examen”, a lo cual uno de los alumnos me respondió sin recato alguno, ¿“No tienes el suficiente tiempo como para elaborar un examen decente?” a lo cual simplemente le respondí, “No te preocupes, lo tendrás”. El día del examen final, todos los alumnos se sentaron en sus asientos correspondientes, aquel alumno no llegó a la hora indicada sino unos minutos más tarde. Los alumnos ya habían empezado sus exámenes cuando él finalmente llegó. Le indiqué en donde se sentara y le di su examen, lo observó y me dijo, “Mi examen es diferente al de todos los demás, porque?” a lo cual le respondí, “Tuve el suficiente tiempo para elaborar un examen digno de tus habilidades y tu conocimiento, te deseo mucha suerte muchacho”.
- En este mismo colegio había un alumno el cual no hacía nada en clase, por lo cual obtuvo un promedio de 5.9 final. El alumno me suplicó que le subiera esa decima para no irse a examen extraordinario, a lo cual no accedí. El alumno se presentó al examen extraordinario el día indicado diciéndome de forma retadora y despectiva: “¡Verás que en un momento termino tu examencito, veremos quien ríe al último! “ a lo cual le respondí: “Permíteme reírme de ti, ahora ya que te hice interrumpir tus vacaciones en Acapulco haciéndote levantarte a las 3 de la mañana, provocar que tu chofer manejara desde Acapulco 4 horas de ida y 4 de vuelta y echarte a perder un buen rato de esparcimiento; ese es el precio de una décima, que tengas buen día”.
Saludos, Mario.