Segunda entrega
La señora Ge, a quien le agradaban las relaciones públicas, continuó:
-Pues, ¿qué cree, Juanito? El señor Fermín y yo éramos compañeros de la secundaria, ¡imagínese!, veníamos en las mismas épocas a quedarnos el fin de semana a este maravilloso lugar, pero no coincidimos hasta ahora. A mí me parece ¡increíble esto en el destino de las personas!
La escucho hablar sin dejar de pensar en cómo es que solíamos visitar este hermoso lugar de descanso con sus 25 habitaciones -accesible sólo a unos cuantos- y del archivo de mi memoria surgen, el buen amigo Eulogio y sus adorables hijas, el furor de los charros la señora Dantus y Sasha (mi compañero de salón en secundaria, ahora convertido en un reconocido psiquiatra) y mi familia que acostumbró durante casi un año la costumbre de venir los fines de semana a descansar, relajarse y disfrutar.
Después fue la época de las vacas gordas y opulencia cuando veníamos a cenar con amigos, era también el lugar para las celebraciones familiares (la última hace apenas seis meses).
Luego quiero recordar a Ge de 12 años, pero no hay registro donde buscar dentro de mí; eran vidas totalmente diferentes, sin coincidencias ni sincronías para ese entonces. Al año siguiente, estaríamos en la misma escuela secundaria de la capital y entonces sí la recuerdo desplazándose como una reina frente a mí.
La primera imagen que guardo de ella es su perfil pasando de largo cerca de mi punto de observación hacia las filas de la tienda donde vendían las espléndidas tortas de mole. Altiva, con su carita levantada, parecía de otra estatura o eso presumía (de por sí siempre estuvo por encima de la altura de sus compañeras). Yo volteaba hacia la tienda de la escuela y ella se cruzó frente a mí en otra dirección, muy digna, elegantemente vestida siempre; recuerdo que su chaleco de rombos rosas y grises atrajo mi vista y la seguí por varios metros. Muy atractiva, pero era como una vida muy diferente, no me podía ver tratando de conquistarla. Tampoco era mi estilo de novia a las 13.
Me daba curiosidad cómo sería su vida. Ella era judía y muchos de sus primos iban al mismo colegio que ella y yo… Eran los 60’s de las minifaldas (me declaro admirador de las piernas femeninas), y aunque estaban prohibidas por la dirección del colegio eso no importaba; ni a ella ni a muchas otras, y ese desplante era gratísimo para el género masculino. Con estas imágenes, vuelvo a la conversación:
-Gracias, Juanito, lo veré en la piscina el día de mañana. ¡Que descanse!
-Claro que sí, con mucho gusto. Ya sabe que estamos para servirle, en lo que yo le pueda ayudar estoy a sus órdenes.
-Por eso me gusta venir a este hermoso lugar, todos ustedes siempre son muy amables, disfruto mucho mi estancia… la vegetación, la paz, la comida, una maravilla, cuando llego acá todo se me hace fascinante con sus atenciones. Siempre estoy pensando en venir a pasar unos días, pero ya lo ve Juan, no siempre se puede, solamente en ocasiones especiales y en vacaciones, o cuando las obligaciones lo permiten. Ahora sólo quiero reponerme de una temporada bastante difícil que me ha hecho perder hasta la salud. Es usted muy amable, Juan, y como dice mi sobrino: -“Oye Ge, ¿qué no podría Juanito venirse a trabajar a la casa con nosotros?, siempre está preocupado porque no nos falte nada. ¿Por qué no le dices que se venga a vivir con nosotros?” –-dice Gé y se le escapa una carcajada- una sonrisa franca ilumina el rostro de ambos pero a ella la hace aún más bella.
-¡Jaja!, sí, me acuerdo de él. Un simpático muchacho de unos diez años, vino usted con sus sobrinos hace como unos seis meses y aquí estuvieron descansando hace un mes. Lo recuerdo bien. Me llamaba para que le mandáramos unas botanas de papas.
Y muy sediento siempre. Muy inquieto me pareció. Bruno?
-Mmm… exacto. No sabe cómo lo extraña a usted, lo compara con la manera en que lo atienden en su casa, dice que ni su madre lo atiende así de bien.
-Bueno, creo que exagera, ya ve cómo son los niños… ¿No vienen ellos ahora acompañándole?
-No, vengo con el señor Fermín solamente y nos quedamos hasta el domingo porque hay que trabajar el lunes, ya sabe usted. Lo veo mañana, Juanito. Lo encontraremos ahí en el jardín cuando vayamos a la piscina.
…Mi mente sigue totalmente enfocada en ella…en su manera de andar, de expresarse, en su Manera de conducirse con todos desde que llegamos. Su porte tiene algo que no puedo explicar. No es un acto de simulación, la clase la porta de todo a todo.
Durante el tiempo que estuvimos juntos, cada vez que visitamos Las Mañanitas ocupamos la misma habitación, era la que ella había elegido pensando en todos los detalles para nuestra estancia.
En aquella primera ocasión nos tomamos el tiempo para recorrer la suite: la ubicación de los muebles de la sala era perfecta, había un amplio espacio para las maletas al lado de un suntuoso baño que contaba con una tina y un doble lavamanos recubierto de talavera, insertado en una plancha de mosaicos azules y blancos con diseños florales pintados a mano. En la terraza -llena de plantas y de flores- había un arco de medio punto sobre dos columnas y al centro, una mesa de hierro forjada en la que esperaban a la señora Ge, una canastilla de mimbre con frutas de la temporada y un arreglo de Casablancas y rosas blancas dentro de una canasta de mimbre enviado por la gerencia, junto con una tarjeta grabada, personalizada y muy elegante, enlazada con un listón color amarillo que nos daba la bienvenida y tenía una leyenda escrita a mano:
“Señora Ge, con el gusto de tenerla como huésped, haremos lo posible porque su estancia sea inolvidable. Atentamente, La Administración”.
-Estos detalles hacen la gran diferencia entre un alojamiento y otro de primerísimo nivel, ¿no crees? – Dice ella.
Yo no podía estar más de acuerdo en ese momento.
-Definitivamente. Por eso sigue en los primeros lugares del mundo por calidad y servicios, tienes razón-.
Después de leer la tarjeta y acomodar nuestros objetos personales…
Surgió un espacio de abstracción personal para cada uno, en el caso de la señora Ge era para acomodar sus zapatillas que hacían juego perfecto con su atuendo. Yo hacía lo conducente tratando de aligerar mi presencia en la habitación, me sentía bendecido después de lo difícil que me había sido vivir en la azotea en un cuarto de servicio de 2 x 4 sin baño por más de dos años. La comparación era inmensa y aunque me resultaba habitual todos los lujos que la suite tenía por sus constantes visitas previamente, me emocionaba el estado de gracia momentáneo y a quién no, estando acompañado por la señora Ge.
A cenar algo delicioso, aquello que combine y estimule los sentidos para abrazarse, desearse, compartirse. Quesos o algo para picar, literal. Considerado uno de los mejores hoteles del mundo era no solo por su hospitalidad sino por su manera excelsa de preparar los alimentos. Platillos de todas partes del mundo de sus orígenes desde la India pasando por Italia, Francia, España y la más rica, la mexicana. Sus Chefs premiados por publicaciones de turismo internacional resaltando adicionalmente el mejor servicio que se pueda tener.
Hipnotizado, predispuesto, un excitante deseo de abrazarla me posee, cuando regresamos a la suite nos disfrutamos y nos enamoramos más. Eso me gusta pensar. Dos seres que reinciden en el tiempo, donde nos contamos historias de lo más íntimo o familiar que se puede pensar – se declaran únicas para cualquiera de los dos-; éramos nuevos el uno para el otro prácticamente, eso lo hacía más romántico. Yo pensaba también en esa historia donde, unos deseados retornos de almas milenarias, se identifican como amores verdaderos, necesarios y complementarios a nuestras vidas. Toman nuestros cuerpos para cumplir con su misión (o una de ellas) en su preciso momento, con la gente que nunca esperas. Fue una de las noches más largas complaciendo nuestros sentidos, disfrutando uno al otro con tal intensidad que no hubo secretos más ocultos que no compartimos. La chimenea de la habitación requirió ser alimentada tres veces esa noche para mantenerse al ritmo de nuestro fuego.
El desayuno se sirvió en la suite, más cómodo para no vestirse ni bajar al comedor. La terraza contaba con todo lo necesario, una mesa metálica blanca de hierro forjado con sombrilla. Fruta tropical en un platón blanco como mango, sandía y melón, ciruela, durazno con Yogurt, eso pidió la señora Ge. A mí me gustaban los “Dollarsize pancakes” de ese lugar así que preferí no cambiar de “receta” para una mañana iluminada por ese resplandor que deja el amor a su paso.
Al terminar, sin preámbulos nos quitamos de inmediato la ropa y la sustituimos por los trajes de baño. Ge vestía una bata blanca corta, atada a la cintura, que le llegaba a la mitad de los muslos, y debajo un traje de baño rojo sandía o mamey encendido, entero, escotado al frente y por detrás. Un sombrero de ala ancha con un listón blanco adornaba aún más su rostro misterioso; siempre elegante, calzaba unas sandalias de reconocido diseñador al igual que todo su ajuar. Se veía de maravilla.
En ella son una constante la clase y la dignidad a pesar de todos los problemas y experiencias por las que, irremediablemente, tuvo que pasar en su juventud y la mayor parte de su existencia. Si tuviera que describirla con una sola palabra, ésta sería: íntegra. Mujer de principios, con una actitud envidiable frente a la vida; nunca ha desfallecido ante la adversidad, ha enfrentado abismos y fantasmas igual que maldiciones y bendiciones con la misma entereza. Y cada mañana despierta encantada de volver a la vida y de hacer frente a cualquier adversidad.
Fin de la segunda entrega.