Continúa.
Los sepelios siempre se me han hecho aburridos. Entiendo el propósito de consolar a los deudos, pero deberían de implementar una dinámica para recordar/despedir a sus seres queridos, sólo a través de sus buenas acciones y logros, sean en común o anécdotas personales. No añorar al ser que ha partido porque nos deja así intempestivamente, ni reclamar algo del pasado, sino dar gracias por lo que pudo compartir con nosotros. Mi enfoque de la tanatología es mixto, una depuración de conocimientos adquiridos por múltiples fuentes entre experiencias, estudios, vivencias; si hubiera de mencionar a uno primero, probablemente dentro de lo que más me ha impactado ha sido “El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte” de Sogyal Rimpoché, las conferencias del Dalai Lama en relación al tema, «El libro Tibetano de los Muertos” narrado por Leonard Cohen*, enseñanzas de tanatólogos que he conocido a lo largo y ancho de la vida y por supuesto, los compendios de la pionera en este tema, la suiza Elisabeth Kübler-Ross que hubo de registrar más de tres mil casos durante el tiempo que vivió en su refugio final, Estados Unidos. Una brava mexicana, Margarita Bravo Mariño y Magda Catalá, grandes colaboradoras en el tema que también vale mucho la pena leerlas. En fin, hay que vivir alguna experiencia de frente para entender una parte de ella y las secuelas que deja. En ese trayecto al menos.
No me gustaría lector, que hicieras un juicio prematuro de mi tendencia por describir las experiencias porque hay detalles que he preferido obviar. Tampoco hacerme sentir una víctima de las circunstancias o los eventos que me han golpeado pero de los cuales he regresado el golpe para nivelar la balanza.
Asistir a moribundos o personas graves que no logran dar ese paso por una razón o la otra, con un estado de consciencia intermitente también es muy gratificante; esa es otra de las funciones de un especialista. Puede sonar confuso, pero en realidad estamos sanando su alma para iniciar su recorrido en otra dimensión. Es paso decisivo entre lo conocido y lo opuesto, es muy difícil para cualquiera; por eso hay que estar, aunque sea, elementalmente preparado para dicho acontecimiento.
Narré en el capítulo de “Atravesando los desfiladeros” el fallecimiento de mi adorada tía Mela. Siento que mi participación en ese caso fue ayudarla a tomar la decisión de irse, la visité dos semanas unos lunes. El primero estaba muy bien y el segundo con infarto cerebral. A las personas con enfermedades crónico-degenerativas o en el estado de sus disoluciones y las cuales hay que atender, podría parecer que no escuchan pero éste es el último de los sentidos que pierde su contacto con lo que nos rodea. Las palabras que se dicen, el sentido de sanación y de buenas experiencias del pasado hacen una partida tranquila y las cosas que se expresan deben de ser energéticamente positivas, alentadoras, reconfortantes, consoladoras.
Mi padre también estuvo en ese camino, estuve con él las últimas horas de su vida y tuvimos “una conversación” para aflojar el cuerpo y soltar el alma. Esa noche falleció en la habitación del hospital. Hay que ser agradecido con estas experiencias ya que no a cualquiera se le facilita, debe de causar un enorme dolor reconocerlo.
Continúa.