Continúa.
Cuarto sueño
La ausencia de una consciencia nos da posibilidades ilimitadas. Se pueden crear mundos paralelos no con total autonomía pero sí con cierto dominio de la voluntad subconsciente, esa que deambula sobre el terreno de las aventuras y canales que nos precipitan en torno a zonas nunca antes vistas, o temidas tal vez.
El caso de la cuarta visita es, como los previas, inesperada y sorpresiva. Sin embargo, el conocer algunas áreas de la mansión me permitirá pisar con paso seguro en las secciones donde he estado antes para continuar el recorrido que me es inducido por la mente que todo lo sabe.
Recorro el pasillo de servicio del interior de la casa y me encuentro finalmente con una escalera angosta, oscura, del ancho de una charola de té o de una bandeja de desayuno; tiene barandales cilíndricos de madera clara en ambos costados asidos al muro con unas grapas metálicas. Los escalones son altos y los recubre el mismo tipo de tapete persa de colores brillantes e hilados de flores que encontré en la escalera anterior. El color rojo en sus extremos conserva el brillo de lo nuevo pese al paso de los siglos a diferencia del sector central donde las cuerdas del tejido se asoman descaradamente. Desciendo, la cocina se extiende ante mis ojos como un mar: una enorme mesa de madera en tonos claros, testigo de las horas y ritmos del trabajo que alguien ha depositado en ella, y al fondo el destello de una antigua estufa de leña incide en mis pupilas. Anaqueles con especias, platos, cestos, frascos con sales y hierbas de todo tipo que de alguna manera sé, se usan constantemente en la comida de los huéspedes. Huéspedes que no logro ver pero que percibo igual que esta sensación de que el escenario hubiera sido preparado para recibirme.
No hay nadie aquí, no tiene caso continuar con esta exploración. Retomo la escalera de servicio para regresar al descanso y la presencia de aves negras me anuncia la llegada de un espectro de la muerte. Una corriente de aire frío recorre mi espina dorsal que sin embargo, no me detiene, más bien me impulsa a seguir mi camino. En lo que pienso, llegué al descanso entre los dos niveles, bajo y no me condiciono a ver nada que sea negativo. Luego desciendo inquieto al acceso principal de la residencia aún con ese temor de ser confrontado por una mala presencia. Al bajar tendré dos opciones, regresar por donde entré o virar a la derecha para continuar el recorrido por el que mi propio sueño me guía hacia la incertidumbre.
Decido continuar. Entonces atravieso la planta baja y me encamino hacia lo desconocido. Esta vez un poco más seguro de mis pasos porque los infinitos y extremos temores que he vivido se han ido, nada es para siempre así que, toda la angustia se fue. Y aunque noto que seres fantasmales acompañan mi andar, me embarga una sensación de certeza; de un lado existe el deseo de conocer más, indagar los espacios y hacerme habitante de ella. Por otro, aparece el recelo que acecha cada fracción de mi camino y se asoma cuando la sorpresa me desconcierta con las cosas que encuentro paso a paso. El sigilo entonces es mi medida, es la cobija gris de la mesura bajo mis pies.
Entro al gran salón, la luz que penetra los grandes ventanales ilumina un recibidor de enormes dimensiones con mobiliario de estilo neoclásico. Un enorme candelero de cristales en el centro del salón de altos techos, sillones de tela bordada con medallones en hilo de oro, mesas camilla que sostienen lámparas de cerámica grabadas con escenas de caza o costumbres a manera de los reyes franceses – siempre me han fascinado los trabajos de gremios artesanales que logran resaltar las imágenes dentro de las pantallas de cerámica traslúcida que brinda el bajo relieve marcado en ambos extremos. Pero sólo me distraigo por un instante sabiendo que puede suceder lo inesperado y en efecto, al voltear hacia el frente visualizo fragmentos de cristal que comienzan a integrarse en una figura frente a mí. Las fracciones se transforman, se hacen opacas, se compenetran poco a poco hasta formar un cuerpo humano; al principio no distingo ningún detalle pero conforme avanza el proceso se destacan ciertas facciones que denotan a una nonagenaria de cabello plateado envuelta en un sahari blanco al estilo hindú. De rostro bondadoso y ojos que brillan con el fulgor de luna llena, me habla sin mover sus labios y me dice: “Me da gusto que hayas llegado hasta aquí para conocerme, muchos han sido los visitantes y pocos los valientes que lo han logrado.
“Yo soy la madre de todas las cosas, formo parte de tu consciencia que me proyecta como lo que me ves, una simpática anciana que te explicará dónde estás…has dejado atrás tus miedos, los fantasmas de tu infancia y el sentimiento de culpa. Todos tus pecados han sido perdonados, porque no hay nada que perdonar al final del túnel, una fuerza infinita en bondad está detrás de mí; todas tus expresiones negativas fueron derivadas de tus equivocaciones o errores y sé que es de donde más has aprendido, así les sucede a todos los que cruzan el umbral”.
La contemplo en silencio, embargado por la sorpresa. Escucho sin demora: “Detrás de mi está la eternidad. En teoría, es la salida a la montaña por la otra puerta, de donde nunca regresarías. Es la última puerta de esta casa, sólo la atraviesan las personas que no volverán, aquellas que se encuentran en estado terminal o las que se han quitado la vida de manera intencional, los que sufren algún accidente fatal durante sus trayectos habituales, aquéllos que por iatrogenia tuvieron que dejar todo y mudarse de piel o bien, seres encarnados que por sus pensamientos, obras y vidas pasadas acumularon una gran cantidad de Karma negativo, reencarnándose de nuevo en seres inferiores con el fin de evolucionar desde más abajo, para luego llegar de nuevo al final, haciendo el intento de entender la otra vida y dejarse ir. O sanar.”
“Si se te presenta de nuevo la oportunidad de acompañarlos a la salida de este Bardo o Samsara, como ya has tenido oportunidad de hacerlo varias veces, no hay nada más importante para un moribundo que la compasión de corazón; bondad para guiarlo hasta el final haciéndole sentir feliz y recordando buenas épocas sin sentencia ni dictamen, nadie puede juzgar lo que no ha vivido, tampoco lo que hizo en una ocasión bueno o malo tendrán poder porque las causas son infinitas en probabilidades. Así como practiques esta virtud serán tus méritos futuros para salir adelante.
“Sin embargo, existe una salida de esta mansión a donde vienen a dar los indecisos, los enfermos o los curiosos; aquellos hartos de soportar tanta “levedad”, los que piensan que todo se soluciona del otro lado, o que dejan todo y que los vivos se ocupen del problema mientras puedan. También llegan los cansados de cualquier cosa, los que erraron en un momento de su carrera profesional y que desbarataría su matrimonio consolidado o relación sobresaliente, provocadas por la envidia, el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la indiferencia o una miserable actitud que muchos lucen en el Samsara como si fuera algo digno de reverencia; todos ellos y más. Ésta se encuentra por donde viniste, en línea recta”.
Sus palabras me llenan con una sensación de plenitud que jamás había experimentado, que perdura aún no sé cuánto tiempo, no existe el tiempo. Ella se detuvo un momento comprimida en la tercera sección arriba de la cabeza y cuando su voz llegó hasta mi conciencia, me perdí en ella, la dejé crecer. Un parpadeo y ella había desaparecido, pero la sensación de serena plenitud me embargó hasta la puerta de salida. Un despertar amable con esperanza por seguir viviendo la vida con toda intensidad, en todo ámbito o sobre cualquier asunto que la vida le ofrece.
Así es como los he vivido.