2a. entrega.
Cuando por fin salió rumbo a Querétaro, el sinuoso y veloz trayecto en el autobús le hacía reflexionar acerca de la valiosa superficie que su padre le haría entrega, recordó que ya lo conocía. Los tres terrenos eran parte de dos lotes de cinco espacios cada uno, que adquirió su padre hacía más de diez años con un amigo suyo diputado de ese entonces en la región, ahora delegado de la capital del país. Uno de ellos fue para su hermano el mayor Esteban, que decidió irse a vivir a Puebla con el dinero que le dejaron cuando los vendió. El otro de su hermana en una zona con pendiente sobre la calle, haciéndola empinada para los autos y peligrosa para la familia de dos hijos menores de 5 años, el esposo y ella misma, Carmelita. Que después de permutarlo por uno del mismo tamaño en otra zona del fraccionamiento, le construyó la casa encima. Tres recámaras, dos baños, jardín frente a la entrada. Por lo menos el terreno de Gabriel debería de estar en similares condiciones, él lo pensaba para sí. Se perdió detrás del horizonte donde imaginaba el espacio con su futura casa, con el sol radiante lleno de árboles y vegetación; a los cuarenta minutos, con la paz que solo trae el cansancio, durmió por fin.
Se comienzan a escuchar las bocinas de los autos entrando a la ciudad, el arranque y frenado de los vehículos se hacía más fuerte cada vez y Gabriel despierta. Llegando a la estación, la misma desde hace treinta años, ajusta la solapa de su saco, quitándole el polvo que ya traía del día que lo usó por última vez. Bajando del autobús tomó un taxi directo a la notaría, su portafolio lo acompañaba debajo del brazo con la carta que le hiciera su padre, más una revista de promoción. Va alisando el cabello que ya necesita una pintura nueva, negra será la próxima vez, cubre mejor y dura más. Mejora la apariencia con los clientes y da muestras de ser más joven y fuerte. Además, las damas siempre prefieren a los de cabello negro, el rojo se ve bien de noche, pero dura poco. Sin pedir permiso, mueve el espejo retrovisor del auto para ver su sonrisa. Su cara demuestra cansancio, los surcos de sus facciones son más profundos y marcados. Mira su corbata y la arregla como si alguien lo estuviera viendo y lo tomara en un momento descuidado. Ensaya de nuevo su mejor cara. Trata de acomodar de nuevo el espejo en su lugar sin éxito. El chofer lo voltea a ver y resopla de hartazgo «con la gente de la capital, sin modales, olorosa y sin importarles lo que sucede con la demás gente, se nota de inmediato;» y repite para su conciencia sin decir palabra.
Es el peor día del año de Daniel y la notaría ha cerrado siendo las tres de la tarde; no puede ver al secretario y será hasta el día siguiente que pudiera concederle una cita. Con los planes previstos tendría que dormir en casa de su hermano, con el cual la familia tenía poco contacto desde que se mudó a Puebla, la familia de su esposa era la dominante y él no viajaba a menudo a la capital; no tuvo contacto con él por más de diez años. Solo dormir y ya, sin preguntar ni responder.
Debiendo resistir una espera de más de dos horas, recoge los documentos a la hora citada y se traslada a la terminal a la hora del tráfico haciéndole perder un par de horas más, para luego abordar el autobús que llegará a las once de la noche.
“Me parece increíble que mi padre haya mantenido estos lotes por tanto tiempo ocultos y que nunca me comentó qué había sido de ellos, sabiendo que uno me pertenece. Pero ha llegado en el momento oportuno, sin plata para vivir en un lugar decente me viene de maravilla, ahora podré buscar un lugar con mejores condiciones, traer a mis novias, hacer fiestas, comer mi propio alimento, aunque implique cocinar, eso ni modo. Pero acondicionado adecuadamente, un sofá cama en la sala, unas películas de acción en un sistema de sonorización con pantalla gigante, mujeres, las dos del Ferrari, por qué no”. Durmió en el trayecto.
Cuando llegó a la terminal, fue el chofer del transporte quien se ocupó de despertarlo, ya todos habían bajado del autobús. Revisó su portafolio, recogió la botella con la mitad de su refresco, el periódico que nunca leyó y bajó impactado por el cambio de altitud, mareado, aún perdido entre los mundos paralelos de la realidad y el sueño.
Al estar ya en el transporte urbano con apenas un kilómetro de avance, suben dos asaltantes, amedrentan y golpean al conductor. Exigen a los pasajeros les entreguen todo lo de valor, pero ya, ¡o si no! Se oye un disparo de pistola dentro del vehículo y alcanza a ver que hacia el techo se dirigía la pistola. Todos al piso y nadie se mueva, pasan por los pasillos y Daniel trata de argumentar con uno, pidiéndole que no le quite el dinero, que no tiene más; lo despojan de su reloj, cartera, el poco dinero que le sobró de su aventura en Querétaro y teléfono móvil.
Caminando, a las cinco de la mañana sin manera de comunicarse o de tomar un transporte para agilizar el trayecto, todavía oscuro el cielo, llega finalmente a casa de su padre. Trae el portafolio que, por tener más de diez años y unos papeles del trabajo, se han salvado de ser expropiados. Cosas de poco valor para un asaltante de autobuses que invertiría su tiempo en conseguir una víctima, no era interesante. Los asaltantes bajan y corren entre las calles, sin detenerse ni un instante en su huida. Daniel reclamó al conductor haberles permitido a esos tipos subir al autobús fuera de la estación pero no hay nada que puede devolverle sus cosas. Sin éxito con el conductor por sus angustias, se conforma con estar vivo y terminar la aventura, si es que a esto se le llama tener un fin.
Dos días después de la cita que yo le había encomendado aparece a través de la mirilla del departamento de mi madre. Me sorprendió verlo y escucharlo a través de la puerta ya que el cliente llamó para decir que Daniel no se había presentado a la cita y que no podía confiar en la seriedad del evento con esos desplantes. Me contó toda su historia en menos de media hora, me sentí triste por las circunstancias que cada quien enfrenta y que las suyas no eran lo más dignificante que pudiéramos pensar. Mi enojo no pudo tener una disolución por lo complicado que Daniel la había vivido. Tuve que dejarlo ir del proyecto así, sin un centavo.
El evento fue cancelado por la Delegación Iztacalco así nada más, sin aviso previo o algún aviso de que no nos prestaban la explanada; el día del montaje nos encontramos que el personal que laboraba para Iztacalco, se encontraba realizando el montaje de una carpa para un evento que se le ocurrió al delegado, o al jefe de gobierno, que después se convirtiera en el actual presidente; nos habíamos quedado sin dinero, sin tiempo para reconsiderar, totalmente defraudados. Logramos comercializar unos veinte locales cuando mucho de los más de 60 que se preveía amortizarían el costo del montaje y habilitación, pero no les importó. El delegado se caracterizaba por esos desplantes como era costumbre entre la gente que tomaba las decisiones, aunque nosotros no lo supimos hasta tener la soga al cuello. Había, por un lado, el compromiso del montaje con una empresa especializada, por el otro los locales vendidos que debimos de reintegrar el costo a los posibles expositores, servicios que contratamos había que liquidar y cancelar con penalización. Triste de cómo se manejan los intereses de los empoderados que perjudican e inhiben el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas.
A Daniel no lo volví a ver desde ese día.