“No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable”.
Mario Benedetti
Cuando algún amigo te cuenta algo que pasó hace mucho tiempo entre ambos, es como hacer una búsqueda poco definida y muy amplia en lo más profundo de la caja que aún mantiene rastros de los hechos. La memoria funciona de manera muy selectiva. Estas imágenes o cintas cinematográficas se encuentran dentro de un baúl pirata al fondo de una bodega llena de triques, botellas de vino, fotografías y escenarios que recuerdo interpuestas en el camino; también sé que el cofre es de bucaneros porque observo que porta la bandera de dicha asociación, una calavera con dos huesos haciendo la X sobre fondo negro; herrajes de metal labrados con serpientes en el marco; el que distingo se ubica detrás de una columna de madera un poco añeja, podrida en el primer tercio del frente del muro, aún funciona lo suficiente para sostener el cobertizo a dos pasos de nuestro punto visual. También es como observar introspectivamente a través de una mirilla que permite el acercamiento al momento citado. Así me pareció a mí.
Esta historia la protagonizan dos adolescentes que gozaban de las buenas empresas de sus padres, en México les llaman Juniors, riquillos, despectivamente. Autos deportivos, mujeres hermosas, viajes instantáneos a playas, ríos o montañas, vino a raudales con la diversión integrada en cualquier actividad que se presentara. Y la mercadotecnia, una ciencia que apenas arrancaba, demostrando su poderío.
Una tarde de tantas donde hubo de todo en exceso, pero “asimilado” por la juventud desbordada, hubo tiempo para divertirse como nunca, como ese día resultó ser al final.
Nuestra percepción de quiénes somos en realidad también cambia con los años. Me cayó tan de sorpresa que mi amigo recordara con tanta precisión algo que fue una aventura (tal cual), con mucho mayor detalle de lo que yo recordé; una experiencia que podría ser fácil de traer de regreso. Los niveles de intoxicación que traían nuestros cuerpos, fueron factores determinantes para olvidarlos o eso pensé yo. La irresponsabilidad y el querer probar los límites a través de cualquier actividad era la ley en esas épocas.
Trata de ser el relato de un par de audaces adolescentes quienes fueron capaces de concebir, otra aventura a costa de la juventud, estrenando un auto nuevo azul claro vibrante por las calles de la urbe a toda velocidad. En la estrechez de un pueblo que habría crecido entre cañadas y barrancas con callejones empedrados o subidas muy empinadas con bajadas descomunales padeciendo la fuerza de gravedad.
No resulta del todo increíble su narración porque éramos capaces de eso y algunas más, múltiples salidas en la búsqueda de algo o alguien nuevo y si resultara amorosa, mucho mejor. Vivir al límite y gozar de todos los placeres, por el simple hecho de tener la vida, conocer miles de mujeres y acostarse con ellas. Viajes a la capital por disfrutar de manejar y alejarse, intoxicados, desafiando velocidad contra pericia, instintos y a la buena suerte, sorteando autobuses, taxistas, peatones o vehículos en extremo riesgo. Así nos sentíamos felices en esa década.
Uno de los protagonistas podría por ejemplo, el día de su cumpleaños, recibir un auto nuevo del año, Datsun 1986. Azul eléctrico, con la novedad de ser lo más brillante de toda la flota automotriz del país. Lanzamiento del color de moda en un auto.
Estabilidad económica y el negocio en popa de su padre en la capital le permitía tener ese tipo de concesiones con sus cuatro hijos. Tenía dos hombres y dos mujeres, ellas ya casadas y de los varones el mayor, estaba en su segundo matrimonio con varios niños con dos mujeres; Alejo mi amigo y yo el agregado, éramos unos pubertos. Unos escuintles, dirían los mayores.
Tan contentos estábamos que salimos a probarlo por toda la ciudad en cuanto a arranque y desarrollo de potencia, alcanzando velocidades mayor a 100 km sólo dentro de la ciudad. Tenía prohibido por su padre tomar la autopista que estaba cerca de su casa para no intentar ser capaz de ir a más de 60… si supiera.
Le pedí a Alejo que me dejara al volante para probarlo; Él sabía que yo conocía rutas de la ciudad que no imaginaba aún, él, llegado reciente del distrito federal. Me desaté a gusto, rebasando a gran velocidad donde se podía en el perímetro de la capital del estado. Usando las vías de contrasentido en ocasiones, imprudentes rebases milimétricos o acelerones para rebasar a todos y a cualquiera. Pero nuestra audacia tenía que tener un costo.
Un oficial motociclista nos persigue en la avenida principal después de media hora de prueba para el auto nuevo. Le costó trabajo alcanzarnos o eso nos dijo, en varios segmentos nos adelantábamos por callejones en atajos increíbles poco conocidos; al final, fue inevitable que se nos emparejara para ordenar el alto total, me tuve que detener bajo amenaza de su 45. Estacioné de a poco, acercándome al auto estacionado en fila, ahí mismo esperando que el oficial se acercara. Pensé que estallaría en ira pero se bajó de su moto con toda calma, dejó su casco entre los manubrios, sin darse vuelta. Como si tuviera todo bajo control. Si su intención era demostrar que estaba bien vestido, de si era atractivo o algún otro motivo, realmente no pensamos que hubiera ninguna necesidad. Queríamos irnos de ahí lo más rápido posible.
Ya detenidos, lo primero que hizo fue pedir que bajáramos del auto nuevo.
- Buenas noches jóvenes. Podrían bajar del auto? Quiero revisar el estado en el que se encuentran, chofer, pasajero y el auto. Si saben que está prohibido circular a esa velocidad, verdad? O qué? Quieren ponerse en la madre? No se dan cuenta del riesgo que corren y el de los demás? Para eso está la autoridad para detenerlos y consignarlos.
Tratamos de argumentar el Datsun modelo del año y el color del culpable pero fue en vano, estábamos con el agua al cuello.
- Tal parece que a ustedes les gusta mucho la velocidad, no es así? A ver, o los arresto o se suben y los llevo a probar lo que realmente es la velocidad, a los dos? Primero uno y luego el otro.
Primero respondimos, que no, muchas gracias. Pero él se nos acercaba destacando su pistola 45 con cacha de concha nácar como tratando de disuadirnos, así que no nos quedó otra.
Alejo fue el primero en subirse a la moto, abrazando con las manos el cinturón del agente y luego, le tocó al otro que venía en el auto nuevo; donde nos detuvimos era un punto cerca de la autopista para Acapulco. El policía nos llevó un buen tramo de la autopista, diría que unos 10 minutos a toda velocidad; en las rectas alcanzaba los 200 km. En esos momentos solo pensaba que él también estaba loco como nosotros y que podíamos perder la vida en ese instante. Disfrutaba el aire porque no tenía ningún objeto preocuparse, amedrentarse podría significar un movimiento en falso en alguna curva del motociclista. Así que, solo quedaba regresar donde se había quedado el otro con el auto para tomar su turno en tan escalofriante suceso, ahora que lo pienso. Cuando recién llegué y le tocó a Alejo si turno, no pude hacer otra cosa que pensar en lo bizarro de la situación y reír.
Reflexionando, ahora percibo que su intención fue demostrar con una mayor audacia lo que no se debe hacer. Un poco zafado nada más.
Reímos a carcajadas de recordarlo juntos. De nuestra idiotez y la locura del oficial que también pudo haber terminado en tragedia.