“El que no sabe de amores, de pasión, no sabe lo que es el martirio. ¿Qué tienen las flores del campo santo, que cuando las mueve el viento, parece que están llorando?”
Chavela Vargas.
Un ojo azul, un rayo de luz, ¿qué es una mirilla?
Ya tiempo después cuando Fermín estaba en plena adolescencia, tuvo oportunidad de escuchar un relato de ese lugar donde había vivido, Cocula, que a manera de una mirilla por la que se vislumbra un ojo azul o un rayo de luz, les presento.
Se trata de un pueblo arraigado en el cacicazgo a tres horas de la capital del estado. Se le conoce como la cuna del mariachi, música popular mexicana de gran arraigo entre todas las capas sociales del país, la que relata faenas del campo, animales famosos, cuentos de briagos, decepciones o amores no correspondidos. Fermín absorbía todo lo que el entorno le brindaba a través de sus sentidos. Era todo nuevo para él; tenía mil aventuras que vivir, aunque el no poder andar en bicicleta (uno de sus últimos regalos de navidad) debido a lo empedrado, rugoso y amorfo del arroyo vehicular, con sus alrededores como campos minados y no calles que circundaban la comunidad, era un punto menos a su adaptación; pero existían maravillas a su alrededor entre la naturaleza y lo desconocido que eran más atractivas por el momento. Pese a que dicho poblado parecía tener cierta estabilidad en cuanto a violencia, la realidad era otra porque ya contaba con una añeja historia de asesinatos; Fermín y su mente hacía caso omiso a las señales de peligro que en ciertas circunstancias se le presentaban, aunque sí llegó a detectar algún crimen e inventaba la historia correspondiente bajo la evidencia de encontrase sobre la banqueta unas enormes manchas carmesí en toda la huella. Se guiaba de su amigo de la primaria Gregorio también de seis, quien le indicaba las áreas peligrosas siendo oriundo del lugar, algo así como manchas rojas en el piso que pudieran ser de sangre, excremento de animales en el camino o el rastro a la imaginación infantil; la casa de los Ibarra donde tenía otro amigo de su edad estaba a unas cuantas cuadras arriba, incluía una tienda de un lado de toda la cuadra, eran muy numerosa familia. Gregorio su amigo era moreno, por no ser prejuicioso, Fermín era totalmente blanco a comparación de Goyo. Se percibía a donde quiera que fuese, al río o al parque con su pequeño kiosco en el centro, rodeado de palmeras o árboles enormes. Un punto brillante en la perspectiva desde la calle. Para esa edad, a Fermín no era importante el color sino la amistad, era lo mismo blanco que negro para él.
A pesar de la situación del pueblo y de algunas advertencias de su madre, Fermín nunca se percató de algo tan grotesco como para sufrir alguna condena subconsciente de la cual se arrepintiera o mantuviera despierto al meterse a la cama después de alguna osadía, eso sí. No obstante era claro que algún día se enteraría de las atrocidades que se cometían bajo la protección de la religión y las estirpes de familias dominantes que fungían como juez para las acciones de todos los demás como parte de su vida diaria. La abuela Consuelo, quien era una descendiente de abolengo, refinada, que hablaba varios idiomas, madre de Luisa la hija mayor y madre de Fermín, tuvo la oportunidad de visitar a su descendencia con sus tres hijos de seis, tres y un año de edad. Se quedó horrorizada de las costumbres tan atrasadas y machistas que dominaban a la sociedad completa; una de ellas era sentar dentro de la iglesia a los hombres de un lado y las mujeres del otro en pleno 1963, cuando la modernidad y los cambios en la religión se habían dado con el papa Juan XXIII, permitiendo que desde ese momento, las mujeres pudieran entrar a las iglesias y sentarse donde quisieran; algunos hombres ya entonces comenzaron a dar muestras de buenas costumbres, ofreciendo el asiento a la mujer de pie pero eso no sucedía en Cocula. Faltaría mucho tiempo, si es que lo lograron, para que esto sucediera.
Una noche dos albañiles de la obra oriundos del lugar llegan muy agitados a tocar la puerta de la casa, era muy tarde ya, alcanzó a oír Fermín desde su cuarto los incesantes golpeteos en la puerta.
Necesitaban al ingeniero para que fuera el padrino…y había llegado la hora. Ya tenían un acuerdo que se hizo en la obra la semana pasada, le recuerda un peón al ingeniero. Él estuvo de acuerdo porque entendió que se trataba de un nacimiento próximo, nunca de un duelo a muerte entre dos de sus peones.
Padrino de un duelo a muerte entre dos familias rivales del pueblo. No había excusa alguna para no asistir, su familia quedaría marcada para siempre y expulsada del pueblo. Ingeniero, le decían, usted ya había dado su consentimiento, le pidieron en la obra que fuera usted su padrino y aceptó, aseveraban. Si, yo dije que sería padrino pero pensé que de un chamaco próximo a nacer, no de esta atrocidad del siglo pasado donde unos se matan a los otros, donde la ley no existe, la justicia es por demás tomada entre las manos de quien no la respetó.
No tengo que convencerlos a ustedes de que efectivamente y aunque iba en contra de sus principios el ingeniero tuvo que asistir al duelo entre la familia Méndez y Ramos. Era una cuestión de honor que no podía evitarse de ninguna manera. Su estirpe o lo que tanto había cuidado, sería desaparecido del mapa con él previamente, dando un paso en falso en alguna zanja desgajada por maquinaria pesada. Así que, con sus botines insertados, tomó su chamarra de becerro y su sombrero vaquero de fieltro. Ah, y una de sus pistolas, por aquello de regresar solo después.
Eran las cuatro, todo estaba en silencio y salían al campo los dos bandos a cumplir su destino. En este caso consistía en atender debidamente al agravio producido por la contraparte del duelo, así el sobreviviente quedaría limpio de cualquier pecado que pudiera cometer asesinando al otro, enfrente, dispuesto a quitarse la vida si no lograba limpiar su honor.
Las condiciones del encuentro habían sido fijadas desde hacía muchos años. Eran las mismas que cuando los hacendados abandonaron sus latifundios o cuando otros murieron en la Revolución. El objetivo era limpiar la afrenta moral, sellar la herida con sangre en el campo de la cosecha; para lograrlo, tanto Méndez como Ramos habían previamente ingerido una considerable cantidad de mezcal de agave típico de esas tierras, era una de sus herramientas para evitar al miedo. Les permitiría soportar el dolor bajo los efectos del licor, les ayudaría a evadir la realidad que ya no era posible vivir.
Los dos estarían arriba de sus mejores caballos con sus armas bien afiladas, uno de cada lado del muro de piedra que los separaba. El muro medía no más de un metro sesenta. Platicaba el ingeniero que era asombroso lo diestro de los caballos que con sus pezuñas escalaban a fracciones el tecorral, avanzaban, giraban y retrocedían ante los embates del machete enemigo; el jinete lo hacía moverse a su antojo, caballos criollos de estatura media y baja que eran usados con ese fin. Cada adversario con un machete en una mano; en el brazo contrario una cubierta de hoja de maguey amarrado con mecates alrededor y sosteniendo las riendas del caballo.
Las actividades de un padrino de duelo con machete dejaban en claro para lo que habían sido elegidos desde el primer momento. Se requería de energía y mentalidad, lealtad, compromiso, convicción de cumplir con el cometido, hombría. Y sangre fría. No sólo deberían participar con su testimonio sino que, al sufrir alguna caída el representado por herida o cualquier otro motivo y no estando capacitado por su propio pie a montar el animal de nuevo, debería de ser ultimado en la tierra de un tiro de gracia, por la bendición de su padrino. Tratando de justificar esta acción, se me asemeja a una muerte con su salvo conducto por tratarse del honor.
Muchos detalles del duelo no fueron expuestos debido a su sanguinario desenlace. Ambos jinetes tenían varias tajadas, así como algunas rajadas en los adiestrados equinos que completamente empapados en sudor se encontraban ambos pasada la medida de veinte minutos. La luna y las estrellas fulgurantes como lámparas de teatro iluminaban, proyectaban las sombras equinas, se despedazaban en la barda con manazos o empellones hacia ella, para alcanzar, atravesar y asestar el golpe mortal. Había una anécdota del ingeniero refiriéndose al tamaño de los caballos que siendo muy bajos en cuestión de altura, suplían esa carencia con su capacidad para escalar el tecorral apoyándose en una para saltar a otra, parecían felinos con sus movimientos, yendo de una zona a la otra, acercándose y alejándose con rapidez, trepando con inteligencia y agilidad.
El único desenlace que eximiría al padrino de una ejecución sería que ambos cayeran sin que alguno pudiera regresar a la monta. El ingeniero pasó gran parte del duelo rezando porque no tuviera que actuar y liquidar a su representado, era un hombre de fe; sin embargo su campo de acción estaba limitado por su compromiso y si sucedía lo contrario, no tendría más alternativa.
Finalmente cae uno primero, a los quince segundos el otro, se ha lavado la afrenta causada por las irracionalidades que da la vida en este pueblo. Un engaño matrimonial que la mujer de Ramos había cometido en perjuicio de su familia quedaba en simples chismes y murmullos. Ninguno era más poderoso que el otro de acuerdo a las leyes de Dios. En adelante tendrían que curar las heridas, resanar las pérdidas, reinventarse de nuevo.
El ingeniero suelta el aire, y el cuerpo… había librado una batalla consigo mismo; su actitud no fue la misma en adelante por haber estado a un lado de la muerte. Aunque no tuvo que ejecutar al ahijado, el recuerdo de este acontecimiento quedó grabado en su corazón para siempre. Su manera de ser con los suyos cobró un sentido diferente, especial. Lo había mantenido en secreto para toda la familia incluida su madre, por más de ocho años, hasta esa tarde en casa de la abuela. Todos quedaron impactados por el relato que sin duda, había protagonizado la familia entera sin saberlo siquiera.
El abuelo lo único que hacía era suspirar, se reclinaba en la silla sorprendido, hubo partes del relato que exclamaba su incredulidad con fuertes resoplos. Para Fermín fue un impacto fuerte conocer de estas técnicas para limpiar el honor de una familia o saber de duelos a caballo con machete en un pasado no tan remoto de México. Algo que entendería con la edad y que les relato en esta historia, lleno de asombro y como si observara a través de una mirilla.