»By persistently remaining single, a man converts himself into a permanent public temptation. Men should be more careful.»
Oscar Wilde (1854-1900)
Como si se tratara de un ojo asomándose a través de la mirilla de una puerta les cuento esta historia.
Debía viajar a mi ciudad natal para revisar unos trámites legales el mismo día anterior a la celebración de la Independencia Nacional. Mi plan era asistir a la oficina de la abogada, firmar un par de documentos para que continuara el proceso de una demanda, darle dinero a un contratista y regresar a la capital, lugar de mi eventual residencia, esa misma noche.
Todo lo sucedido después se precipita a gran velocidad. Un amigo de la secundaria que vive en Cuernavaca me llama la noche anterior para avisarme que vendría a la capital y hacer una entrega de productos que fabrica en su domicilio para la industria de la construcción y podría regresar conmigo a bordo. A manera de explicación no solicitada, se trata de productos especiales para la limpieza de ollas de concreto o revolvedoras que desprenden el adherido y todo residuo de material sin contaminar las aguas o las tierras; era una cuestión de ingenieros y mi amigo era de los únicos en el país que elaboraban esas sustancias, de ahí la demanda repentina de surtirlos.
Con este ofrecimiento que facilitaba mi transporte, accedí a verlo temprano por la mañana en una avenida principal al frente de un conocido centro comercial, pidiéndome a cambio comprarle medio kilo de café de grano para su madre en un establecimiento de gran renombre (El Emir, cercano a mi residencia) y llevarlo a Cuernavaca el cual me liquidaría en cuanto se lo entregara, según esto. Este compañero de la secundaria, con quien socializo después de 30 años sin conocernos realmente (porque a pesar de ser de la misma generación, éramos muchos grupos y no daba tiempo de conocerse bien), se caracteriza por su personalidad agresiva y violenta siempre buscando bronca con sus compañeros para darse unos trompones. No es que yo lo diga, simplemente siendo niños ya daba muestras en la escuela de su manera de reaccionar ante cualquier presunto intento de alterar su seguridad e integridad; voluble e impredecible de cien tendría noventa de posibilidades; además le gusta ser el actor principal en los espacios que se ha movido, como la policía federal; estudió derecho penal sobre las demandas que presentó para tener a la burra por los pelos, tiene conocidos de gente con poder en varios niveles de gobierno porque había sido defraudado por un inversionista mexicano asociado a la bolsa de valores en una de sus inversiones por más de $250,000.- USD lo que lo motivó a conocer más de su caso. Pero ya conociéndolo a fondo, tiene sus lados amables y se puede convivir con él, viajar también,-cuando se trata de evitarse un gasto y tiempo de transportación, que fluctúa entre noventa minutos y las dos horas, dependiendo del horario en el cual salga uno de esta megalópolis- y conversar de sus últimas aventuras en una ciudad-destino que ha quedado inmersa en el miedo y la delincuencia por los cárteles de droga; son quienes se disputan la plaza como si se tratara de un dulce que todos los adictos quieren controlar. Su plática ronda por los temas de la política local, nacional y mundial, conoce a los personajes que se encuentran en puestos clave dentro de las áreas gubernamentales estatales como para llevar algún tipo de acción especial, en caso de requerirlo.
Otro de los motivos del viaje era dejarle dinero a un arquitecto que se dedica a la rehabilitación de casas en esa ciudad, realizar el arreglo del piso de barro de mi casa , pintura de muros y techos entre otros -que había sido abandonada tres años por unos inquilinos que amablemente, siendo sarcástico, me dejaron deudas de tres meses de renta, tres años mantenimiento de áreas comunes del condominio, cuatro años de agua, gas y luz exorbitantes, muros, techo y pisos destrozados- y que pudiera ser rehabilitada para poder rentarla de nuevo…o venderla, ésas eran mi ideas. Mi casa se había transformado de un “bien inmueble” a un “mal inmueble” al cual habría que invertirle fuertes sumas en varias reparaciones urgentes y así poder mostrarla de nuevo como un hogar cálido, de clima templado, con espacios verdes, alberca, en el corazón de la zona residencial desde los años setentas acariciada por la naturaleza en forma de plantas, flores, árboles y abundante agua. Uno pensaría que tener una casa en lugares considerados de recreo y esparcimiento debiera ser de una buena inversión, pero debido a la falta de seguridad por la cual atraviesa el país entero y particularmente el Estado, considerado como el paso obligado en el tráfico de drogas, mi casa se había convertido en un problema que se alimentaba de cualquier recurso adicional del cual pudiera yo desprenderme sin que afectara mi mediana economía.
El responsable de recoger los preciados químicos para lavar las ollas que transportaba mi amigo tardó casi una hora en llegar, precisamente por ser ese día de intenso movimiento para salir de cualquier manera y escapar de la metrópolis para respirar aire puro por unos cuatro días, fuese a donde fuera. La ciudad con servicios turísticos, urbanísticos completos se encuentra, lo más cercano, Cuernavaca, a donde yo vivo. Que la gente pudiera aprovechar dos días adicionales (por ser jueves) y pasar los festejos de la independencia en alguna ciudad que permitiera desconectarse de toda actividad rutinaria era consigna de cualquier ciudadano con un mínimo poder adquisitivo, llevando a la familia entera a disfrutar de ciudades satélites, con albercas, vegetación, playas o bosques para concurrir después por la noche a la plaza central a dar “el grito”, tradicional festejo de mi pueblo. No era mi intención, en un inicio, participar de las festividades en asistencia ni lo configuré mentalmente durante el trayecto. Así que tuve que esperar a este personaje casi el mismo tiempo que me hubiera tomado trasladarme a la estación de autobuses y salir rumbo a las citas programadas; definitivamente, ya estaba decidido cómo sería mi traslado.
Llegando a Cuernavaca Alberto mi amigo de mala gana me deja en las oficinas de la abogada y al momento de bajar del vehículo. yo le pedía que me esperara para que no me dejara en una zona tan alejada del centro, algo que en realidad le molestó de alguna manera y súbitamente, incomprensiblemente, transformado en un animal depredador, como si el entorno vital en el que se mueve y domina se viera en peligro de invasión, embiste la puerta de la abogada con la camioneta metiendo la reversa y alejarse, sin pedir disculpa alguna o siquiera solicitar que le entregue el café que me hizo comprarle a su madre. Me quedé impresionado con su desplante, no supe qué había sido lo que tanto le afectó. Pero así era él y cualquier cosa similar podría esperarse con sus actitudes.
Entro a las oficinas y tengo que esperar a que la abogada, quien está ausente, explique al personal doméstico, telefónicamente, la zona donde debo de estampar mi firma; aprovecho para tragar agua y disminuir el impacto emocional que me provocó Alberto. Pasada una hora casi, la abogada se comunica y explica la zona específica donde el documento llevaría la rúbrica; sin embargo no tengo manera, un lugar o base para poder comunicarme con el arquitecto y ver el otro asunto. Decido entonces asistir a la casa que fuera de mi padre y en el cual viven mis hermanos de padre, a sabiendas que el centro de la ciudad había quedado bloqueada por la policía y el ejército hasta ya entrada la noche por cuestiones de seguridad o prevención. Por el camino pienso en todas las cosas que me pertenecían y que después de mi divorcio, unos seis años antes, quedaron repartidas entre oficinas, bodega familiar en casa de mi padre, otra bodega de un amigo colaborador de mi padre ahora difunto, con el cual había tratado de hablar la semana pasada para programar una visita con vehículo de carga (prestado o rentado), sacar mi cama, cajas de documentos, cuadros, muebles que se utilizaron para habilitar una zona de las oficinas que ahora no estaban siendo usadas desde la muerte del “inge”, como cordialmente le decíamos varios, a un año ya de su partida. Marte, un muchacho joven de múltiples negocios como locales comerciales, oficinas, departamentos, administraba los suyo y los de su padre, era difícil localizarlo por estar en continuo movimiento entre bancos y propiedades. Sería conveniente tratar de contactarlo para hacer una cita y eso lo haría al llegar a casa de mis hermanos. También pensaba en los inquilinos que dormían cerca de mi casa, plácidamente, sin ningún remordimiento por haberme dejado las deudas que ya mencioné; de cómo la gente puede aprovechar un parpadeo o abusar de la confianza de otros para perjudicar o delinquir sin temer a represalias e inclusive promover un negocio de bienes raíces, como si su reputación estuviera intacta, en esos momentos reflexionaba acerca del karma que todos creamos y todos pagamos, tarde o temprano, en esta o en las otras vidas por venir.
En un taxi que circulaba por esa calle apartada del centro de la ciudad, una de las cuestas que tiene la colonia Bellavista, configurada por subidas empinadas y bajadas tendenciosas, ondulaciones que provocan las tres barrancas que conforman el área metropolitana, me transporto a la casa de mis hermanos, ubicada en la zona sur de este mi pueblo. Es usual que la conversación entre el chofer y el pasajero vincule a la política, el clima pronosticado por expertos empíricos, el costo de la vida a nivel de supervivencia, la disminuida afluencia de turismo desde la capital hacia los lugares tradicionales de antaño para descanso familiar o para el desfogue descontrolado de adolescentes por toda la noche. Siempre será una plática que conlleve filosofía de vida y consejos populares determinados por la distancia del viaje, en este caso tendríamos no más de unos veinte minutos para compartir y aprender.
Al llegar a la Calle de Palma Caprese número 19 decido entrar por la puerta de la cochera. Me encuentro con un par de estudiantes alemanes que rentan las habitaciones de la zona lateral que antes eran las caballerizas, totalmente habilitadas y amuebladas. Ahí conozco a Lea, una muchacha de 26 años, extremadamente blanca, ojos azules como el cielo, pelo rubio y buena figura que sale a saludar con un español nuevecito. También conozco a los otros huéspedes, dos varones pubertos totalmente teutones que hacen planes para viajar esa noche, la del grito, al puerto de Acapulco y de ahí, a las playas de Puerto Escondido en la misma noche, un paraíso de dos ensenadas con apacibles aguas, mariscos frescos y actividades deportivas o nocturnas para extranjeros de todo tipo, aunque no pierde su aspecto típico de pueblito enclavado entre las montañas de la Sierra Madre. No están interesados en disfrutar del folklor en las fiestas patrias porque no saben de qué se trata ni qué se hace. Sin embargo, Lea decide no ir al viaje y quedarse a pasarla con mis hermanos y su novio, Erik (que ha llegado hace un par de días desde Alemania a la ciudad para estar con ella, disfrutar de la libertad y su relación que se vio truncada por la decisión de los padres de Lea y de ella misma de probar otras latitudes aprendiendo español y algo más en el TEC o de la comunidad, de eso me ocuparía yo esa misma noche).
Hube de llevarme una sorpresa poco agradable a continuación. Para localizar a Marte decidí hacerlo a través del teléfono en el negocio de su esposa. Sin embrago no encuentro respuesta de ella ni de su asistente. Al marcar a su casa, me responde Rosa: “Fernando, acaban de secuestrar a Marte, lo levantaron hace una hora enfrente al negocio, fueron varios sujetos que lo obligaron a subirse a un vehículo con vidrios polarizados, se lo llevaron, no sabemos nada de él todavía, perdona que no te pueda dar más informes pero estoy esperando la llamada de estos tipos, supongo que no tardarán en llamar para exigir sus condiciones para dejarlo en libertad, todos estamos muy asustados, por favor discúlpame”, casi llorando, su voz cortada, sensiblemente angustiada; mi único reflejo en ese momento fue decir….”¿Cómo? ¡No puede ser! ¿Pero por qué?”
Qué podía yo hacer, un sentimiento de impotencia como ya lo había vivido, si ni siquiera automóvil llevaba para ir a su casa y darles apoyo moral, a su familia, hijos pequeños, esposa y a sus padres. Tengo en ese momento el desagradable privilegio de trasmitir la notica a todos los presentes en casa de mi padre. Solo volteo para ver a Paty, Lupe, Alger, Salomón y Nerissa. Todos quedan helados con la noticia, por un momento pensé que la situación en Cuernavaca habría mejorado en la seguridad pública y que la pelea por la plaza había disminuido drásticamente; qué equivocado estaba, no me cabía la menor duda.
No recuperado de la noticia por completo, comentábamos las posibles razones de su rapto justificándolo con sus bienes, los de su padre y sus constantes salidas y visitas al banco, algunas veces para depósito de las rentas por los bienes de su padre, otras más con motivos de su actividad relacionada a los bienes inmuebles y desarrollo de proyectos de urbanización, área a la que le había dedicado gran parte de su tiempo en estos últimos años, ya más de 12. Habría que ser un grupo que estuvo observándolo por largo tiempo, conociendo sus trayectos y movimientos, actividades y negocios. No podría atender el asunto de mis pertenencias en su posesión, oficinas y bodega, estaba claro. Nuevamente, la espera, una nueva pausa obligada por las circunstancias para cumplir con el objetivo; no me impacta de golpe, ya mi vida ha estado plagada de detenciones, altos repentinos en la vida que fuerzan a otros acontecimientos simultáneos a enlazarse y volvemos a la sincronía aparentemente casual. El destino, lo llaman algunos.
Los alemanes toman cerveza en el jardín que ha quedado en lugar de las caballerizas de la casa. Un bello espacio con plantas alrededor, flores de bugambilias, rojas, moradas, cereza y blancas montadas en enormes macetas y colgando del segundo piso de la edificación. Descuelgan tocándose con las otras, mostrando sus alcances y mezclando sus tonalidades. Formando un gran cuadro, un jardín rematado al centro por una fuente adornada por dos caracoles. Esta tierra fértil de humedad constante y temperatura cálida tan beneficiosa para las plantas hace maravillas con las flores y enredaderas del lugar, para donde se voltea encuentra uno verde, combinado con brillantes tonos de colores increíbles, solo al verlos los crees posibles, reales. Una maceta frente a cada columna recubierta de ladrillo a modo de la arquitectura colonial, arcos de medio punto entronados con detalles sencillos elaborados con dedicación y cuidado. Remates al centro de cada arco como le gustaban al inge, quien ahí dejó constancia de lo que había aprendido en su vida, lo que le gustaba de lo colonial y su estilo, no rebuscarlo sino simplificar para disfrutarlo y admirarlo, su obra, finalmente pudo plasmar su gusto, lo aprendido en sus deliciosos viajes acompañado de mujeres hermosas que lo amaron por ser ese hombre, generoso, amable, cordial, del que todos hablaban como un extraordinario señor. Lo estudió al lado de mi madre, la mayor parte, a viajar, analizar, a gozar de lo fino; entrar a un museo y saber quién cómo y cuándo, pinturas y esculturas dentro de salones atestados de tesoros creados por el hombre; a una ciudad de Europa a degustar vinos, quesos, castillos, palacios. Lo disfrutó con su segunda esposa plenamente y hasta un tratamiento de rejuvenecimiento se hizo con tal de acercarse más a su amada. Vivió como quiso y también hizo lo que quiso. En ese lugar que construyó a su gusto llegaron los alemanes, estudiantes que dedicaron un viaje a conocer las costumbres, raíces y sabores de México. A estudiar, como pretexto, sabiendo tanto padres como vástagos que el mundo se abre cuando uno viaja y que el objetivo queda velado entre la cotidianidad y el deseo de saber hasta dónde, los límites de la libertad fuera de cualquier inspección. Tomaban un buen tequila y cerveza aprovechando cualquier pretexto en ese día porque sabían que era el festejo de la independencia pero sin saber bien a bien cuáles son las costumbres o por qué se toma tequila, más en estas fechas. Dos muchachos de casi 25 y dos mujeres más o menos de la misma edad, probaban la bebida y comentaban con el grupo que se hallaba reunido, ya rebasando los ocho asistentes, entre los cuales estábamos Alger, Mara, Sanromán y yo, adicionado el arquitecto que arregla mi casa desde hace más de tres meses.
Bebimos unos cuantos caballitos y a lo mucho tres cervezas cada uno. Los que estamos acostumbrados a la bebida nos parecieron suficientes por el momento sabiendo de antemano que el día y la noche serían de mucho más alcohol. Pero ella y ellos siguieron, a discreción como se dice. Regresaban del centro de la ciudad y ella había comprado unas pestañas de papel metálico coloreadas con los tonos de la bandera, verde, blanco y rojas. Se las pegó a los párpados y con expresión sugerente, las movía de arriba a abajo simulando un pequeño abanico nacional. Unos nos reíamos de su ocurrencia pero admiramos su valor para usarlas, no cualquiera se atreve, pensaba yo. Ella usaba un pantalón corto, muy corto, color gris a cuadros azules. Piernas delgadas pero bien torneadas, blancas, totalmente nácar, casi sin tono alguno más que la simpleza del vello rubio en los brazos, algo rojos por el sol recibido por la mañana. Sus ojos verdes brillantes casi se perdían detrás de las enormes pestañas nacionales que compró en el centro. Mirada fría y analítica y de sonrisa suave, casi inocente, como descubriendo este otro mundo al cual decidió venir desde lo más frío de su país y su cultura, sin malicia ni perfidia, inexperta, diríamos nosotros. Uno de ellos mencionaba su plan de viaje para la noche, salir hacia Acapulco en autobús para hacer conexión nuevamente allá rumbo a Puerto Escondido, haciéndolo una osadía para mi gusto. Más de dieciocho horas de viaje en el día del festejo de las fiestas patrias se me figuraba que tenía unas ganas desmesuradas de huir, de perseguir un sueño juvenil aventurero que se antojaba fuera de lugar a los que estábamos ahí. Mejor, a mi parecer, disfrutar de una ocasión única para ellos de saber cómo se celebra la independencia, aunque en parte, ya lo estaba haciendo bebiendo tequila y cerveza sin medida.
Alger mi hermano lanza la invitación a todos de asistir a Jiutepec: “tengo que estar allá porque estoy encargado de los grupos que tocarán y bailarán hoy por la noche, de las cantantes de ranchero. Hay que apoyarlos con el sonido, iluminación, el mariachi y los imprevistos de siempre. El departamento de cultura del municipio está a cargo de la celebración y me toca estar presente para apoyar. Estaríamos allá en el grito y luego nos iríamos a casa de unos amigos en Temixco, donde nos invitan a cenar”. Me preguntaba yo, “¿cómo sabrían que asistiríamos a cenar si no nos conocían?” Era claro que como siempre, la gente que llegue, sea quien sea, será bien atendida por los anfitriones de la casa, así se estila en mi estado y comunidad. Y en general son costumbres de mi pueblo. Erik, el novio de Lea se apunta con un brindis de tequila, Lea lo secunda y después Mara, Alger y yo, que hasta ese momento no sabía si me regresaría a la capital o me quedaría. Sabía, eso sí, que a mi regreso encontraría la cara triste, aguda y molesta, retraída, introspectiva y reprobatoria de mi conducta por mi madre quien, en compañía de Fernanda, estaría participando de la ceremonia presidencial por televisión, ni pensar en salir a gastar. Por tanto, ni ganas de regresar. Mejor estar en un lugar a donde puedo conocer gente, saber cómo se desempeña Alger y con quiénes colabora en el departamento, a lo mejor hasta conseguir trabajo de promoción con su jefa, podría ser, esto de lo que siempre me he pre ocupado por mis constantes cambios en el trabajo. La estabilidad es una de mis llagas.
Daban las cuatro de la tarde con el sol brillante cayendo recio, ya tenía en claro qué sería ese día para mí, por lo menos en un inicio. Obligado por las circunstancias llámense alemanas, tequila, fuegos artificiales, cena con alguien a conocer que según los antecedentes sabía de un mezcal extraordinario. De todos estos elementos que rodearían las eventualidades futuras, no me imaginaba el desencadenamiento de los hechos como finalmente se dieron, ni en sueños. Debíamos estar en punto de las siete en la plaza de Jiutepec pero no teníamos ninguna prisa. Seguimos participando de pláticas entre español, alemán y nuevo español-alemán, para cuando no se entendiera nada, usar el inglés quedando así todos contentos. La plática iba desde las costumbres en países lejanos como el de ellos hasta rituales a festejar, entrando cada vez más en una especie de círculo de hermandad o mejor dicho, “ya sé cómo eres y te gusta lo mismo que a mi”, algo que se da con jóvenes con mayor facilidad que con mayores, tengo constancia de eso.
Al llegar la hora de partir, todos con un baño y ropa de festejo (la mía era simplemente una camisa blanca de algodón que traía como emergencia), nos aprestamos a salir, unos más por curiosidad, otros a manera de investigar. Algo inesperado nos sucede en ese momento, nos dice Sanromán que Marte se escapó de sus captores, algo inverosímil que nos llena de júbilo y esperanza. “En un descuido de los secuestradores y avidez de su parte, se sale de la casa de seguridad, metiéndose a una tortillería, pidiéndole al encargado no delatarlo por las circunstancias que atraviesa en ese momento. El encargado accede y al llegar uno de los captores, él niega haberlo visto, así se escapa. Luego llama a su casa y se corre la voz, bravo por él, se terminó la angustia”. Una historia que pocos, muy pocos, pueden contar de esa manera.
Alger al volante, Mara a su lado, Erik y Lea de derecha a izquierda quedando ella en medio del asiento. Por un momento sentí el roce de sus piernas más como intencional que como obligación, pero no, esto era demasiada proyección de mi parte. Sin embargo, lo disfruté como parte de la excitación que a lo mejor podría servirme más tarde si tuviera la oportunidad de conocer a una mujer sin pareja. El auto de Alger era de un modelo de los 80´s, suficientemente amplio y potente, pero muy bajo para andar sobre topes de concreto, baches y hoyancos característicos testigos de la fuerza del agua en época de lluvias. Los topes son innumerables, unos más altos que otros, el auto roza con ellos cada vez que las ruedas delanteras trepan para dar paso al resto del vehículo, carrocería incluida. Se siente debajo de nuestros cuerpos y sufrimos anticipadamente con cada uno nuevo que se acerca. El sonido del roce debajo de nosotros es angustiante, pero Alger no se detiene, solo suspira y sigue adelante; como si se tratara de algo cotidiano para él, acostumbrado ya a sentir el contacto de cemento con la lámina del auto.
Al llegar a la plaza central, nos encontramos con una desviación que impide el paso a la zona del festejo. Atestada de gente, la calle y sus alrededores, tendríamos que rodear el complejo y buscar un lugar donde estacionar el auto. Encontramos uno detrás de la iglesia, como a unos quinientos metros del entarimado donde se presentaban ya, diversos grupos de danza. Pasamos por la iglesia rumbo a la plaza solo para descubrir la imposibilidad de integrarnos a la multitud. Decidimos buscar un bar donde pudiéramos estar sentados, en las alturas, para divisar mejor los festejos. Encontramos uno junto a una tienda de abarrotes, una escalera angosta que nos conduce en dos secciones a una pequeña planta con mesas y sillas blancas. Por fortuna un grupo que tiene una mesa al centro comienza a despedirse. Mara junto a mí, Erik y Lea de frente a nosotros, Alger se retira a sus obligaciones. Con un humor propio de los que viven el momento, reímos y tomamos cervezas descomunales. Vasos de litro, con limón y sal algunos, otros con algún saborizante como polvo de chamoy y salsas que le dan un toque especial. -Cubanas, les dicen-, fueron ingeridos mientras llegaba la hora del grito. Lo maravilloso de ese lugar era que todos nos sentíamos parte de festejo por lo cual decidí departir con una familia que recién llegó a la mesa de al lado, próxima al medio muro desde donde podríamos asomarnos para disfrutar de los festejos. Una pareja con dos niños, él traía un sombrero vaquero y sobre su pecho, encima del bolsillo de su camisa, una bandera nacional que prendía y apagaba continuamente. Le pregunto dónde consiguió tan ingenioso artefacto, “lo compré en el mercado hoy en la mañana, se me hizo gracioso como las pestañas de tu amiga, hay mil cosas ahora para ponerse y festejar la independencia. Mira, te lo presto para que lo veas de cerca”. Desprendiéndose del seguro con el que se fija, lo vimos de cerca todos en la mesa y al llegar a las manos de Mara, ella decide colocárselo en el cabello a Lea. “gracioso, pero ya es demasiado”, pensé. Tomamos unas fotos del momento y de su atrevimiento, una vez más, como un juego de niñas. “Te lo regalo”, me dice el hombre del sombrero, cuyo nombre era Rafael. Yo, con la medida de la educación, me negué a aceptarlo por considerar que era de su agrado y por algo lo había adquirido, sin embargo, Rafael insiste cordialmente hasta que prefiero aceptarlo en lugar de rechazarlo. Agradecido, le ofrezco una cerveza a lo cual me responde “no te sientas obligado, yo todavía tengo para tomar y no lo hago por esperar algo a cambio, es un regalo que debes aceptar sin más, como recuerdo de esta noche”. Una sensación de afabilidad y confianza me embarga, feliz por tener a mi lado a una persona que no considera lo material como algo primordial sino totalmente secundario a razón de convivir y disfrutar. Alguna energía nos puso al lado uno del otro para compartir y disfrutar, las claves de la vida como lo veo yo.
En algún momento Mara se pierde en la multitud del bar, solo la veo bajar las escaleras para salir. Lea y Erik siguen embobados con lo novedoso de la situación que disfrutábamos y él, sigue tomando sin medida, a lo cual me pregunto, “¿resistirá hasta que la noche termine?” Es una pregunta que tenía un doble sentido, ya que suponía la soledad de Lea en un momento determinado, dejando libre el paso para seducirla, así me lo imaginaba pero no sabía si era mi fantasía o simplemente el deseo de sentirme entre sus piernas. Después del largo viaje y el roce de sus piernas contra las mías, tenía sentido hacerme la esperanza de conquistarla más adelante, cuando la ocasión lo permitiera. Si es que se presentaba. Gozaba con esta imaginación desbordada provocada por los litros de cerveza que habíamos consumido, Rafael continuaba platicando de su trabajo conmigo, pero mi mente tenía otro destino. Miraba con cuidado a Lea, no le confería mucha importancia para no hacerme notar y provocar una fricción con Erik. Eran sus senos debajo de una camiseta de tirantes, perfectos, casi cincelados y dejando notar sus pezones, eran sus brazos desnudos con algunos lunares cercanos al hombro, eran sus labios rojos o sus pestañas postizas lo que mantenían atento.
Mara grita desde abajo y alguien cercano al balcón nos dice, “alguien les llama allá abajo”. No le dejaban entrar de nuevo por estar completamente lleno el pequeño bar improvisado, así que me dirigí al encargado y me pidió que bajara y hablar con el portero. Por fin, Mara, bastante alterada por pasar más de quince minutos abajo tratando de hacerse escuchar, nos explica “hay que pagar lo que hemos consumido y nos vamos, Alger está detrás del escenario coordinando las presentaciones y quiere que vayamos para allá. Está sentado con su jefa apoyando a los artistas que llegan, dice que nos movamos para esa área y desde ahí veamos el espectáculo. ¡Vamos, que nos espera!”
Cruzamos entre espectadores y paseantes, una cinta amarilla a manera de separación entre el pueblo asistente y los organizadores, la música de mariachis, los bailarines y cantantes, para llegar detrás del templete donde estarían Alger y su jefa, encargada del departamento de cultura. Presentados todos, me dispuse a conversar con ella, de lo complicado que es organizar este tipo de festejos, no supe más de lo que Erik y Lea o Mara y Alger hacían. Me enfrasqué en la conversación disertando con voluntad, como siempre lo hago cuando interactúo, sea por socializar o al amar. Hacerlo de verdad y con intensidad, la intensión cuenta. Tampoco recuerdo en estos momentos al Zahir.
No estuvimos mucho tiempo detrás del escenario. Los bailarines que estaban contemplados para presentarse no llegaron y hubo que recurrir a improvisados, algunos más otros menos. Al cabo de media hora decidimos partir rumbo a la casa del amigo que “nos invitaba a cenar”, sin saber exactamente quiénes iríamos, yo sin saber a dónde iría tampoco. No participamos de los fuegos artificiales ni dimos el consabido grito. Cuando subimos al auto pensaba en la misma sensación que tuve con Lea al viajar cuando veníamos a Jiutepec. Sucedió lo mismo, Erik en el extremo derecho, al borde del colapso por tanto alcohol, no se percataba de este juego que servía para calentarnos la sangre, fuera intencional o no. Pero una segunda vez significaba claramente un deseo contenido que tarde o temprano terminaría en fuego, encendido y pasional. Todos en el auto nos encontrábamos trastornados por la bebida, sin embargo, como dice el dicho, “ya no se cuece uno al primer hervor” y yo todavía tenía fondo para rato, de algo servía tener veinte años más que los demás pasajeros del auto. A mí me parecía que algo no andaba bien, que era mi imaginación o el deseo incontenible de tener a mi Zahír en los brazos. Pero como todo es percepción, tomé las cosas con calma y a esperar los acontecimientos como se fueran presentando, sin hacer expectativas de ninguna índole.
El camino fue largo, pero valió la pena. ¡Qué personas tan amables y amigables conocí esa noche! Nos recibieron como si hubiéramos estado ahí la noche anterior. Toda la familia estaba reunida en la casa de nuestro anfitrión, éramos más de veinte personas sentadas entre la sala y el comedor, cuatro mesas montadas adicionales para ocho personas cada una, instaladas para los invitados en el tramo que conducía de la cocina a la sala. La casa era toda de barro, loseta en los pisos y muros con tapizado de mismo material, daba un aspecto acogedor, estilo colonial, con incrustaciones de talavera en ciertos tramos de los muros. Gastón un hombre moreno, alto y de facciones casi indígenas; Marcela, una mujer carismática y encantadora, con una risa contagiosa. Hermanas, primos, sobrinas y hasta una australiana guapísima de nombre Clara, morena y delgada, ojos verdes, invitada por intercambio del tecnológico. Mariachis que sonaban en todo lo alto, más de tres horas de canciones y no podía faltar el baile del “jarabe tapatío” por dos de las asistentes, muy bien realizado, con las pasadas, el sombrero y el rebozo indispensables. Un mezcal de calidad excepcional nos dio a probar y ya no hubo más de tomar que solo esto. Para todos los asistentes, era la miel del día. Sabíamos de lo peligroso que es beberlo, pero a razón de la felicidad del momento, no hubo reparos de nadie, ni de Erik siquiera, quien comenzó a beberlo con pausa, con precaución, para terminar herido de muerte por la combinación que traía en el cuerpo.
Llegada la hora del Grito, todos nos movilizamos a la sala, en donde se montó una bandera sobre un pequeño pedestal. Uno de los invitados, un maestro rural acostumbrado a dar voces fuertes, se encargó de hacerlo de manera tradicional, con los “vivas” a los héroes que nos dieron patria, luego para cada uno y al unísono gritábamos “¡Viva!”, a nuestra nación tres veces para finalizar cantando acompañados del mariachi el himno nacional. Volteando a ver hacia los extranjeros que se comportaron con asombro pero respetuosamente escucharon y se dejaron llevar por los gritos de vivas en todo lo alto, fuerte para desfogarse y sentirse parte de esta nación. Clara no supo si era sano involucrarse y astutamente desapareció hasta que llegó la hora de la cena, poco tiempo después. Se sienta justo frente a mí a través de la mesa circular dispuesta para diez personas.
Un fastuoso pozole sirvieron a los comensales, con la mejor combinación de granos de maíz y mezclas de carne de res, puerco, pollo y al que así lo deseara, trompa. Yo particularmente no disfruto de esa parte del animal y pedí el mío mixto de res y cerdo, repitiendo la ración para tener algo más en el cuerpo que alcohol. Una delicia hecha en casa acompañado de la música y mujeres hermosas, es lo mejor de la vida. La conversación versaba entre la vida en Australia, sus costumbres y fundadores con Clara, la reciente inundación de una gran extensión de su territorio provocado por la desertificación de zonas protegidas, su estancia en México y en particular en la ciudad, de sus estudios en relaciones internacionales; de ahí a las bromas con Mara, encantado de compartir con ella, una actriz teatral, inteligente, bella y creativa, una luz cautivadora emana de sus ojos color miel y casi indispensable es mirarla a cada momento. Simpática y ocurrente interviene en la conversación de manera precisa para exponer su opinión al momento de intercambiar alguna broma en relación a nuestros estados mentales. Lea, a dos lugares de mi derecha, me observa detenidamente, en cuanto lo percibo, decide sonreír como simulación de entender lo que ahí sucede. Entre el español y el inglés no se le ha escapado casi nada de la conversación globalmente. Ha dejado de prestar atención a su acompañante, Erik ha caído en un estado incontrolable entre el sueño y el alcohol a pesar de haber comido abundantemente, no figura más como participante sino como un simple acompañante convertido en lastre, más con ganas de dormir que de abrir la boca. Ella sin embargo, aún con sus pestañas postizas puestas, aletea con sus párpados en señal de flirteo, o llamando la atención simplemente para hacerse notar, toma agua de Jamaica para diluir el vino que ha entrado en su cuerpo y se mece con la música del mariachi que aún ahí, interpreta canciones populares que todos los mexicanos conocemos y entonamos de memoria. Río con ganas al voltear a verla, tan desinhibida me parece casi una posible presa nocturna a mi merced, por un momento lo pienso pero de inmediato lo elimino, deja tú de pensar en hacerle el amor como acostumbras a cada mujer que te mira de regreso.
Gastón ha quedado dormido en la cocina, sentado en un banco, recargado en el respaldo pero no con todo el cuerpo sino solo con la espalda, su cabeza echada hacia delante como si mirara el contenido de su último “caballito” de mezcal aún lleno, impertérrito, seguramente el cansancio y la acumulación del sagrado licor que compartió con todos los que así lo deseamos y disfrutamos ha sido suficiente, si es que ese es el propósito de “instalarse” en el mezcal; sabemos de sus propiedades curativas y toxicológicas, de lo bien que puede hacer al cuerpo como también de lo fácil que provoca alucinaciones, ojalá que su sueño sea una fantasía con final feliz; semanas más tarde, me enteraría que había sido un sueño de horror. Marcela nuestra anfitriona se reactiva despidiendo a unos sobrinos y primos que salen despidiéndose en varias ocasiones, para nosotros es un signo de que va siendo hora de pensar lo mismo. Sin embargo, alguien decide poner música discotequera para continuar la fiesta y yo me lanzo al centro de la sala acompañado de una mujer que estaba en ese instante parada junto a mí, no supe ni su nombre siquiera, cuerpo moldeado con cuidado y de sonrisa amable, solo eso recuerdo. Bailamos dos, muy a gusto, dejándonos llevar por la música, viajando a donde solo se puede ir cuando la música entra por los poros de la piel. Llega repentinamente una memoria. Recordando la última vez que lo hice con otra intención en mis movimientos, quizás, una noche de fin de año, con el Zahír. Pero ya estaba más allá de los recuerdos, viviendo el presente cada segundo, como mandan los cánones. Disfrutando de lo que la vida me ofrecía en esos tiempos. Tengo la convicción de hacer de cada espacio lo mejor que me permita la vida, plenamente, como si fuera el último, para seguir hambriento de seguir en ella, sin recato, sabiendo de antemano que en cualquier otro chispazo no estaré más. Como ha sido mi existencia en cada paso, nunca la certidumbre y siempre cercano a la muerte.
Repentinamente, alcanzo a percibir que Alger se dirige a la salida sin entender el motivo, sigo bailando a merced de la música que no permite escuchar nada más alrededor. Me avisan que nos vamos y me siento decepcionado por no poder continuar con el devaneo, pero recuerdo que estoy sujeto al chofer en una zona que es totalmente desconocida para mí y alejada en extremo del lugar a donde dormiríamos, por lo que solo tengo tiempo de agradecer a mi pareja de esa tonada, me despido de Marcela rápidamente y alcanzo a mis acompañantes, que ya están en la calle, Lea sosteniendo a Erick para que no se derrumbe, Mara y Alger enteros, cada uno de su lado del auto. Al subir quedo a la expectativa del roce de Lea con sus piernas, ella cede al momento y comienza a sentirse más intenso, más incisivo, frotando descaradamente sus muslos contra los míos. No intento zafarme sino mantenerme firme y sin prestar atención perceptible durante el trayecto de regreso pero quedo definitivamente excitado, algo claramente visible a través de mis pantalones. Regresa la imagen del Zahír, “la negra de Cumbres” está presente cada vez que vibro por dentro y lo reflejo emocionalmente, algo dentro de mí no la quiere dejar ir, los recuerdos de su mirada penetran en mi memoria constantemente para no olvidarla, aún en estos momentos cuando tengo contacto con otra mujer, más joven y más viva aún, siento el deseo inexorable de traerla de vuelta para sentir sus manos, sus labios finos, delgados, extremadamente sensibles. Pero recuerdos como vienen también se van, ahora estoy en otros parajes y circunstancias. Lea me atrae y la dejo restregar su piel, sigo sin actuar, pienso en Erik, de su condición actual pero más en su situación con ella. No provoco ni me muevo durante todo el camino a diferencia de ella, que insiste en algo que desde la primera vez pensamos casual para convertirse en actual.
Llegamos, finalmente dejo de sufrir y sin mirarla bajo del auto. Cada quien a su recámara (a mi me asignaron la recámara de Alger, contigua a los cuartos de huéspedes). Lea carga literalmente a Erik que vocifera mientras avanza trastabillando para entrar en la habitación y desplomarse en la cama. No supe más de él hasta el día siguiente. Al entrar yo a mi cuarto me doy cuenta de lo cansado y del grado de alcohol que traigo encima, me quito la ropa, camisa y pantalones, decido salir a fumar al patio y me encuentro con Alger, despidiéndose y aconsejándome descansar para temprano ver mis asuntos pendientes. Escucho sus mensajes, termino de fumar e ingreso a la habitación pasando directo al baño, me lavo la boca y me recuesto sin apagar la luz de la lámpara sobre el buró derecho. Antes de despedirme de ese día largo, muy largo, reflexiono acerca de lo sucedido.
En ese momento entra alguien a mi habitación, que al principio no alcanzo a visualizar completamente pero que se acerca a mi cama; es Lea, con una bata china de satín blanco, amarrada del centro a media cintura, dejando ver su pecho al centro sin asomar sus senos. La bata cubre solamente parte de sus muslos dejando ver casi todas sus piernas. Solamente. Sin decir palabra, se acerca a mí, camina descalza y se monta en la cama, todo en silencio. Apago la lámpara y la abrazo con suavidad, descargo mi ser sobre la cama acariciando suavemente su cuerpo, su espalda, manteniendo las bocas unidas en frenético beso. Tanto tiempo contenido con la esperanza de volver con mi Zahír que dediqué todo mi cariño, pasión y suavidad en ella, convenciéndome que sería lo mismo que hubiera hecho con mi pareja, mi complemento. Escucho sus voces de placer y comparo cómo fueron en el pasado con Ge. El grito de su clímax no se parece en nada pero es suficiente para aquietar mi alma. Llega a mi memoria por un instante acaso, el sonido de “la loca” en el departamento del piso anterior al de Ge, que me sirve para mantenerme activo sin dejar atraparme por la seducción de Lea, con lo cual vuelve el grito ahora de más intensidad y placer. Gozamos desmedidamente una vez, continuando con las caricias de nuevo y no recuerdo más.
Al día siguiente procuro despertar rápido, pero ella ya no está ahí y eso lo facilita todo. Podríamos decir como disculpa que nos emborrachamos y sucedió lo inevitable.