Inicio con la cita de un libro que me transformó.
“Mi padre me dijo entonces que debería de cruzar cinco desfiladeros, lo que significaba adoptar una actitud completamente diferente frente a la familia, la profesión, el amor, el estilo de vida y las labores manuales a través de la aceptación de las dificultades y los traumas”.
Jung Chan, Los cisnes salvajes
-¡Juanito, buenos días!, ¿cómo ha estado?-
-¡Señora Ge, qué gusto tenerla de regreso! Cuándo llegó que no la había visto?-
-Acabo de registrarme, llegué hace un par de horas. Platíqueme, ¿qué hay de nuevo?-
-Acá seguimos, señora, como siempre, con el gusto de atenderla…ya vamos para 38 años trabajando en este lugar. Dígame, ¿qué necesita? –
-¡Qué bárbaro, Juanito! Solamente quería saludarlo… ¿cómo ha estado desde que vine con mi hermana y mis sobrinos? El tiempo no se detiene, parece que fue hace apenas una semana y se nos fue el mes completo, increíble.
– Usted no se preocupe por nada que nosotros nos encargamos de que su estancia sea la mejor.
– Gracias, Juanito. Voy a descansar unos días y quería que supiera que por acá vamos a andar. Sólo estaré hasta el domingo; ya sabe que me gusta estar en la piscina, relajada y al sol, disfrutando del maravilloso clima y del paradisiaco jardín del entorno. ¿Ya conoce al señor Fermín, ¿verdad? Me parece que también es cliente suyo desde pequeño – me dirige una entrañable mirada- él y yo nos conocemos desde que teníamos trece años, estudiamos en la misma secundaria y nos volvimos a reencontrar, pero nunca convivimos más allá de una invitación de cumpleaños entre adolescentes, en esas épocas. hasta ahora que volvemos a coincidir, ¿no le parece increíble?
-Hay amores que van más allá de los años, señora Ge, creo que eso es invaluable. ¡Claro que me acuerdo de el Señor Fermín! También venía desde muy pequeño, vestido de charro después de los desfiles del 16 de Septiembre, con su padre el ingeniero F, un señor muy distinguido, persona muy reconocida en el Estado y gran charro. El señor aquí presente, tenía cuatro años entonces y ¡ya montaba su caballito él solo!…increíble… – dice sonriente mientras mueve la cabeza ante la imagen que emerge del pasado-. ¿Cómo le ha ido señor Fermín?, qué bueno que tengo el gusto de saludarlo de nuevo, ¿cómo está su padre el ingeniero?-
Saludo cordialmente y de inmediato viene el recuerdo de mi padre enfermo, tirado sobre la cama ortopédica (muy bien atendido, eso sí) viendo su tele o leyendo. Había quedado semiparalizado desde una caída de caballo hacía cuatro años ya. Le respondo a Juan que se siente mejor en estos días cuando vengo a visitarlo, y salgo de esa imagen; prefiero recordar a Juanito con su rostro de joven, trabajando en el mismo hotel y bajo otras circunstancias. En aquella época lo conocí en calidad de garrotero o mozo, aún nada importante. Y aquí seguía, con la mejor de las actitudes. Retomo la conversación con una imagen clara que viene a mi mente súbitamente:
-Juanito, me da gusto verlo; siempre está usted en todas partes listo para atender a los huéspedes, lo conozco desde muy joven a usted también siempre amable con todos. Siempre ha sido usted un ser bondadoso y muy colaborador con sus compañeros; además, le he visto trabajar y admiro la energía que le ha puesto a la fecha, ya no somos esos jóvenes que pensábamos que seríamos eternos… pero lo importante es el espíritu que nosotros le agregamos a la historia de nuestra vida, no lo cree así?.-, le respondo a él con una sonrisa y extendiendo mi mano. Su rostro se sonroja y asiente.
De baja estatura, mirada aguda en su rostro mezclado de razas y sonrisa afable, Juan siempre había sido un excelente elemento bien dispuesto a realizar múltiples actividades en el hotel; entre otras, la de atender el bar de la piscina. Continúo la conversación con él sin dejar de pensar en todas las veces en que Ge y yo acudimos a este lugar con nuestros padres, amigos, compañeros de la secundaria o de la charrería o de la vida, con artistas o allegados culturales (como diría mi padre); ya siendo niños o jóvenes, y en ninguna coincidimos, nunca ella y yo juntos, hasta hoy.
Mi padre y yo -como decía Juanito- solíamos venir a este oasis de descanso hasta montados en caballo y vestidos de charro. En mis primeros recuerdos. Regreso a la primera vez que visité Las Mañanitas fue a mis 4 años como bien menciona Juanito. Al terminar el desfile tradicional conmemorativo de la Independencia de México que llenaba la masa humana de algarabía las calles de Cuernavaca, amontonados en las aceras, asomándose por los balcones, todos aplaudían a nuestro paso y gritaban: “vivas” al observar el contingente charro, del cual yo formaba una de las tres escoltas de los abanderados, quienes encabezaban la diligencia. Tres chamacos a caballo y uno de 4 años. Las mujeres principalmente me mencionaban con admiración. Me percibo como una tachuela sobre un equino de enormes dimensiones que a cualquiera asombraría. Pero la habilidad para manejarlos era innata.
Nos dirigimos hacia un crucero donde tres calles coincidían, ahí se encontraba un nicho antiguo con una estatua de la Virgen de Guadalupe, un poco alejados del centro de la ciudad; todos vestíamos de charros, en un contingente de unas 50 o 60 de a caballo. Sólo veinte de ellos nos desmontamos para celebrar EL Grito, emblema de la tradición nacional mexicana de independencia de México dentro ya en el hotel. Dicen mis tías las hermanas de mi madre, que mi abuela Consuelo se enojaba con los hombres adultos por dejarme manejar semejantes bestias a muy temprana edad, pero era cierta esa conexión que desde muy pequeño tuve con los caballos, y doy gracias al universo por ponerlos en mi camino. Creo que casi todo lo que sé de los caballos me fue enseñado por mi padre; aun así siempre estuve expuesto a sufrir algún accidente ya fuera por lo descomunal de la fuerza que poseen o con el simple hecho de hacerlos obedecer.
Por supuesto que el contingente de las damas también era muy nutrido, por bendición. Ellas participaban de las charreadas en armonía –no siempre- y echaba porras en las competencias, entre otras muchas labores que el hombre (su pareja) le quisiera incluir, ya que en ese entonces el machismo estaba bastante intenso, arraigado. Ellas vestidas en su mayoría de “adelita” pero también había amazonas con traje de media gala, falda gris y chaquetilla con botonadura de plata. Muy elegantes y bien vestidas.
Fin de la primera entrega.©